El tañido de una campana suena triste. Se aproxima Noviembre y tras el esplendor del Día de Todos los Santos, el color de la vida se vuelve gris.

En muy pocas horas la conmemoración de los Fieles Difuntos nos invita a meditar. No es un día triste, es sencillamente un día en que la mente humana, transcendental, eterna, deja caer su mirada en una verdad que no admite discusión. El hombre, la mujer, es barro y al final, ese barro hecho ceniza volverá a la tierra que le dio el ser.

Nuestros recuerdos de vidas unidas a nosotros y que en el juego de la existencia marcharon a otra dimensión, se aprietan entre la paredes de un camposanto al que miramos con cierto temor. Y no debe ser así, el cementerio es un campo de paz, una isla de un mundo distinto donde los creyentes acceden al Paraíso. No es hora de calibrar lo eterno con los fantasmas de nuestro diario caminar.

Una mirada a estos lugares sagrados tienen que confortarnos en el anuncio de una vida sin fin. Eterna. En los últimos siglos los cementerios onubenses ocuparon lugares definidos que van pasando a la historia local. Nadie se acuerda ya de aquel camposanto que estaba situado en la ladera del cabezo, junto a la parroquia de San Pedro. Muchos no conocieron el que le siguió a continuación llamado de San Sebastián, al final de aquella calle que comenzando muy cerca de la Ermita de la Soledad, llegaba hasta la plaza del Candelabro (el mismo que pasó delante de la parroquia de la Concepción) donde una verja abría las puertas del llamado Cementerio Viejo junto a una pequeña Ermita donde se guardaba en veneración la imagen de nuestro Patrón.

El desarrollo de Huelva exigió un terreno más amplio para el descanso eterno de nuestros conciudadanos y así nació en el siglo XX el actual de Nuestra Señora de la Soledad.

Tres lugares que forman parte de la historia local y que en la actualidad, el último de ellos, cuida con esmero nuestro Ayuntamiento, en la existente raya que es el actual confín de la ciudad.

Estas fechas que ahora vamos a celebrar, con júbilo la del día primero del mes y la de conmemorar la de los Fieles Difuntos con toda la devoción, exigen el respeto a quienes nos precedieron, y ellas llegan cada año como un punto de meditación en la muerte, que al fin y al cabo no es más que el principio de otra vida. Como recuerda la letra de ese maravillo himno, con sones de música militar: "La muerte no es el final…"

Adornemos la memoria de nuestros mayores, a los que tanto debemos, con el agradecimiento a la fe que nos dejaron.

En el tributo a su presencia que la oraciones, en primer lugar, y la flores como besos terrenos de cariño sean expresión de todo nuestros sentimientos.

Ellos, desde el más allá, se unen a nosotros en esa celebración de Todos los Santos en que la Gloria es el mejor y más bello premio para todos ellos.

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