Cuando el amanecer llega con luz de Jueves Santo, toda la ciudad se llena de un resplandor único que en los altares y en los sagrarios cobra un sentido especial de vida, de dolor, que van a embriagar de devoción y fe a las almas.

Desde hace cinco siglos, el aroma de los cirios inunda nuestras calles desde unos puntos que pasaron en los años a la historia local, como el Arco de la Estrella, las capillas de San Roque, de la Soledad o de San Sebastián, hasta los más sencillos barrios de un pueblo que iba creciendo en el silencio cotidiano de sus devociones.

Hoy, la mañana se tiñe de ese gozo que en la Eucaristía tiene todo su sentido y proyección. Luego, la visita a los templos donde el Santísimo espera nuestra llegada. Y más tarde, cuando la tarde llegue, un Señor orando en el Huerto nos indica el camino para acercarse más al Padre, cuando una Dolorosa Coronada le sigue al son de esas marchas que son plegarias hechas notas musicales para levantar el espíritu de una gran jornada, hecha expresión pública, en las hermandades que trazan itinerarios de devoción y penitencia.

Vuelve la paz de la madrugada y los velos de lutos cierran el dorado de los altares, Jesús, el Nazareno, el señor de Huelva, comienza su caminar de dolor que sólo iluminará una cara de Virgen que es Amargura, cuando el amanecer del día triste de Viernes Santo deja escapar sus lágrimas que son rayos de luz por el sendero que, en el recuerdo, nos traen las imágenes del antiguo Mercado, de la calle Tendalera, de la calle Marina, donde la explosión popular se hará expresión por la Placeta, con el eco de aquellas saetas que entre flores nacían de la terraza del Comercial.

Y tras la gloria del Jueves, el dolor del Viernes en que Cristo exhala su último suspiro, y su solemne y Santo Entierro pone el respeto en la mirada de los onubenes y el dolor callado, en el corazón.

Entre hoy y mañana, Huelva pondrá colofón callejero y popular a sus procesiones, donde los Pasos que nos ofrecen aquellos reflejos de la Pasión, son altares andantes por las esquinas llenan de amor y devoción a todas y cada una de sus cofradías.

El Jueves Santo nos mueve al amor fraterno en la meditación de un Dios hecho hombre, que se entregaba al Padre por nuestra Redención.

La Semana Santa cierra mañana el telón de una representación viva y sentida para toda la ciudad hecha flor sobre el haz marino cuando el pan y el vino son ya para todos un símbolo de la eterna claridad de nuestras creencias.

El eco sordo de los tambores y el sonar de las trompetas seguirán dejando en nosotros el sentimiento más real y sincero de nuestra fe.

Pero todavía hoy es Jueves Santo, y el resplandor del Cristo de la Vera Cruz es esa bandera que abrió la Semana Mayor, como hace cinco siglos, en protestación de una fe pública que mantenemos con emoción en nuestra ciudad.

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