Ella nació sin un diagnóstico claro, lo cierto es que su evolución no iba conforme a lo esperado, con el tiempo, el retraso en el crecimiento y en sus habilidades se fueron haciendo cada vez más evidentes y así llegó el momento de escolarizarla. Los padres optaron por un colegio normal, donde no le faltó nunca el cariño pero donde era como un objeto más en la clase, ella no conseguía pronunciar palabra y las relaciones con su entorno perfilaban un severo rasgo autista por lo que sus compañeros no entendían qué se supone tenían que hacer con ella, a pesar del esfuerzo y cariño de los docentes.

Así fue pasando el tiempo hasta que la falta de progreso se hizo patente y sus padres la trasladaron a un colegio con aula específica que le permitía estar con niños especiales como ella y algunas horas con el resto de niños. El tiempo que estaba en el aula de apoyo y con personal especializado experimentó los primeros grandes logros y sus emocionados padres vieron como conseguía por fin pedir hacer sus necesidades y beber agua en un vaso en lugar de un biberón, por esta fecha ya contaba con doce años en cuanto al tiempo en el aula de niños normales, mientras los demás atendían a sus materias, ella perdía su tiempo sin pena ni gloria, así estuvo hasta que ya por edad, no podía seguir en este colegio y la única alternativa era un colegio de educación especial.

El primer día sus padres acudieron con su niña (ella siempre será una niña) a su nuevo colegio, no supieron ver el paraíso que se les ofrecía a primera vista, aquellos niños con posturas imposibles, sillas de ruedas y gritos desacompasados, en realidad eran los perfectos compañeros de su niña especial pero eso no lo supieron hasta pasados los meses. En cuanto al personal que le atendía, le ofrecía el mismo amor que los anteriores profesores pero además comprensión, paciencia y conocimiento de cómo sacar lo mejor de la escasa materia gris que allí se concentraba, cualquiera no vale para enseñar en un colegio de educación especial, para ello además de conocimientos específicos, también debes ser especial.

Cuando entró en el colegio de educación especial, seguía sin hablar, precisaba ayuda para sus necesidades más básicas, pero aquí sus asignaturas eran aprender a comer con cubiertos, lavarse los dientes con ayuda, ir a una tienda sin montar un espectáculo, tener paciencia, ser lo mas autónoma en su vida dentro de sus limitaciones y así todas sus asignaturas. A día de hoy sus padres se preguntan que habría conseguido de haber estado todos esos años en este centro, seguiría siendo ella, pero a lo mejor hubiera sido capaz de decir papá o mamá, solo por eso ya habría merecido la pena.

Hoy ella ya está incorporada a lo que llaman la vida adulta, sus capacidades no le permiten aprender más de lo aprendido, el tiempo perdido no se recuperará jamás a pesar de que sigue siendo una niña.

Los colegios de educación especial son el paraíso del aprendizaje, nadie consigue tanto con tan poco, no podemos permitir el más mínimo recorte. Personas especiales necesitan una educación especial, una sociedad avanzada debe saber dar respuesta a los más vulnerables en base a sus necesidades.

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