Entre dos orillas

Juan A. Romero

jaromero@paginasdelsur.com

Cuando el verano se torna en invierno

La conciencia es propensa a agitarse en determinadas épocas y nos olvidamos con más frecuencia de la debida que la caridad y la solidaridad puede practicarse a lo largo de los 191.844.000 minutos que contiene un año. Cuando llega Navidad afloran en muchos de nosotros los mejores sentimientos, esos que nos acompañan hasta que le vemos la espalda a Baltasar, momento en que volvemos a sumergirnos en cierto egoísmo inherente a todo individuo, sin pensar en la vida de otros congéneres que también pisan esta ecúmene.

A muchos de nosotros nos suena a mandarín la abreviatura SYGA. Puede que a algunos incluso les evoque el apellido de un actor americano repartidor de leña que respondía al nombre de Steven (explíquenle a sus criaturas que era la versión carnal del Fornite de nuestra época). Pero lo cierto es que esas siglas son símbolo de esperanza para muchos de nuestros menores y representan El Dorado para muchas familias humildes que tienen en él su único sustento diario para sus hijos.

Alejada del foco mediático, que anda muy ocupado en otros asuntos de mayor calado persiguiendo a mediocres políticos, esta semana se ha reunido la red andaluza de comedores para organizar la garantía alimentaria en tiempo estival de esos menores procedentes de familias en exclusión social.

Acabamos de echar la persiana al curso más difícil de los últimos tiempos. Los niños se han comportado como superminihéroes y los maestros han sublimado su papel de educadores. Se acabó la escuela, un motivo de júbilo y respiro para legiones de serafines pero también de quebranto y desazón para otros tantos querubines. A estos últimos no los verán correr por la orilla de la playa ni volar una cometa. Muchos de esos menores que viven entre nosotros ven peligrar su derecho a uno de los principales objetivos marcados en la Agenda de ODS para 2030: no pasar hambre. En Huelva cuatro de cada cinco niños en exclusión social no hacen las comidas completas al día y ocho de cada diez se acuesta sin cenar. Para ellos la escuela es más que un aprendizaje. Significa una vida digna, algo tan simple como ingerir un menú nutritivo. Muchas madres solteras, residentes en zonas de transformación social, no alcanzan a alimentar a sus hijos por la imposibilidad de conciliar vida laboral y familiar acabado el curso. Y solo dos de cada diez pueden dejarlos con algún familiar. El drama se acrecienta para menores con discapacidad y necesidades especiales. Para ellos el verano es invierno... conviene recordar a los que pueden la dicha enorme que tienen.

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