La sanidad, el cúter y el 'pelapapas'

"No me dirán ustedes que lo que está pasando en los centros de salud no es un desastre, sin paliativos"

Elpelador de patatas es uno de los mejores inventos de la Historia de la Humanidad. Tal vez haya quien crea que exagero. Muchos de ellos ni siquiera habrán usado uno en su vida, y otros, los que sí lo hayan hecho, quizás no hayan podido sacarle todo el rendimiento al utensilio en cuestión. No seré yo quien juzgue a nadie ni pretenda llevar la razón, pero hay cosas que son incuestionables en la vida y una de ellas es la utilidad del pelapapas, le pese a quien le pese. Sin embargo, por alguna extraña razón al pelador le pasa como al dulce de membrillo, los roscos de vino o los callos con garbanzos, o sea, que o lo amas o lo odias. En casa, por ejemplo, tenemos nuestra pequeña guerra al respecto. La señora no lo puede ni ver y yo no puedo vivir sin él. Pero vaya, nos respetamos. Yo al pelapapas lo traía aquí porque tengo la teoría de que en el mundo hay dos tipos de personas: las que lo usan y las que no. Es un símbolo de la practicidad. De un camino que, aunque no sea el más meritorio ni su final sea estrictamente perfecto, es rápido y eficaz. No digo que hacer las cosas de otra forma sea malo. Ninguna es mejor ni peor, creo, porque todo depende de cuál sea el objetivo. No es lo mismo apañar una cena rápida que preparar un menú romántico. A diferentes problemas, distintos métodos. En esto del Covid y la sanidad nos falta mucho pelador de patatas, especialmente en la atención primaria, que no se llama así por gusto, sino porque es la primera atención médica que recibe un ciudadano cuando cae enfermo y, por eso mismo, debería ser la más importante. No me dirán ustedes que lo que está pasando en los centros de salud no es un desastre, sin paliativos, que podría solucionarse, al menos en parte, si por una vez se dejaran de tanto trámite absurdo y tanto corsé burocrático y se emplearan en prestar atención a las personas y sus problemas y en darles solución, en lugar de crear más. En hacer las cosas de una forma más práctica, imaginativa, útil e inteligente. No hay nada capaz de definir mejor lo que pasa en la sanidad que cuando compras un medicamento en la farmacia. Entregas una tarjeta con microchip y banda magnética que tiene todos tus datos. Ni siquiera hace falta que vayas a tu médico para que te incorpore de forma virtual las pastillitas que necesitas. Al momento tienen tu medicamento en el mostrador. Un minuto y ya lo tendrías en el bolsillo… Pero no. No porque a toda esa tecnología punta, a la inmensa red de datos que une hospitales, centros de salud, oficinas administrativas y farmacias le pusieron plomo en las alas cuando a alguien se le ocurrió que la mejor forma de rematar la impresionante operativa era que el farmacéutico, atención, debía cortar un código de barras de la cajita del medicamento con un cúter y pegarlo con celo en un papelucho para sabe Dios qué importantísimo trámite que seguro que se podría haber resuelto de otra manera. Y no me refiero a cambiar el cúter por un pelapapas.

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