Exhausta, Ana Pastor expulsaba el miércoles a Gabriel Rufián del Congreso de los Diputados y hacía feliz al individuo. En solidaridad con el patán, sus compañeros de bancada abandonaban el hemiciclo con presunta indignación y uno de ellos medio escupía al ministro de Exteriores camino del pasillo. Era el corolario a una sesión lamentable, basada en el insulto y la zafiedad a la que nos tienen acostumbrados últimamente nuestros próceres de la patria. La presidenta del Congreso, que es algo así como la última esperanza blanca del parlamentarismo español, lamentaba la situación con el rostro demudado y avergonzada del ejemplo que se está dando no sólo a las generaciones actuales sino a las futuras. Me imagino el rostro de alguno cuando dentro de 100 años lea -si es que alguien sabrá leer entonces- el diario de sesiones y repare en el contenido de los debates que se tienen en la casa en la que se ha depositado la democracia española. Yo no llegaré a dentro de 100 años -ni ganas que tengo-, pero las defecaciones verbales que escucho a diario me dan ganas de tirarme por la ventana.

Vivimos tiempos de empobrecimiento de la vida pública. No quedan apenas exponentes ejemplares en la misma. Ahora lo que prima es ser cachorro de partido, alcanzar la cumbre y desde allí regalar perlas al personal. Todo ello si antes no te has dedicado, como Teresa Rodríguez y Juanma Moreno, a ilustrar al personal sobre series de televisión y sagas cinematográficas. Si en una comunidad con el paro y el atraso que sufre Andalucía las estrategias pasan por hablar de Juego de Tronos o La Guerra de las Galaxias mal vamos. Y lo dice un declarado fan de Luke Skywalker que no ha visto -ni intención que tiene- ni un capítulo de la tal Calesi (que seguro que no se escribe así). Está visto que las asesorías políticas imponen esto de hacer el mamarracho y castigan los mensajes de calado. No hubo más que ver el debate del pasado lunes en Canal Sur para darse cuenta de cómo anda la cosita por esas mentes. ( ) No es un error, es lo que algún que otro preclaro asesor tiene entre las orejas.

Pero no nos perdamos porque la situación es grave. Los discursos extremos cotizan al alza, el insulto gana terreno en los lugares en los que el debate y el intercambio de ideas deberían primar. La xenofobia, el supremacismo, el odio al contrincante anidan entre nosotros sin que nadie parezca percibirlo. Ocurre desde hace mucho que llamar fascista a alguien se ha convertido en normal. Piense uno lo que piense es un fascista descalificado por un enano mental. Porque banalizar términos que supusieron tanto sufrimiento es despreciar las libertades y la democracia en la que habitamos. Mejorable, sin duda, pero real. Quien la niega o quien quiere ponerle puertas desde luego no está para dar muchos ejemplos.

La imagen de Ana Pastor en su Presidencia asistiendo azorada a la escala verbal representa la de millones de españoles que cada día se ven menos representados. Los que cada mañana se levantan para ir a trabajar, llevar a los niños al cole o hacer cola en el supermercado. Ésa es la gente normal. Es una mayoría y está siendo vejada a diario por unos analfabetos. Ya está bien, respeten un poco.

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