Ea ya está. Ya tenemos convocadas las generales para el 28 de abril. Serán unos comicios bajo el influjo del incienso cofrade, metáfora de los sufrimientos que nos tocan a los españoles en estas semanas hasta llegar a las urnas. Prepárese usted, caballero o señora, porque el vía crucis que va a vivir va a ser fino. Y simpático, que ver a los candidatos repartiendo folletos entre nazarenos y crucificados va a tener su puntito. Lástima que Berlanga ya no pueda sacarle punta a una campaña como la que vamos a padecer.

Básicamente, la cosa va a consistir en Pedro Sánchez contra todos. Contra los suyos, que se fían de él lo justo; contra Podemos, que se va a echar al monte; contra la oposición de centro derecha, que se va a tirar a la yugular, y contra su propia sombra, esa que hace que un día diga una cosa y al siguiente la contraria. Veremos si damos con una tercera personalidad tras la del Pedro líder de la oposición, el Pedro presidente del Gobierno y el Pedro aspirante a ganar las elecciones. Todo es posible.

Lo que está claro es que las claves de su campaña las ha lanzado el cabeza de cartel socialista a las primeras de cambio. Su idea gira alrededor de vender un discurso social, igualitario, de recuperación de los valores de libertad, igualdad y fraternidad, de acercamiento a los lobbies, de utilizar un tono sacerdotal para convencer de sus bondades y, sobre todo, de trasladar que la hecatombe se cierne sobre España si la derecha "trifálica" (grandes momentos promete la ministra) puede sumar escaños. Está claro que Sánchez ve posible el triunfo, tanto como que va a desplegar una agenda de Gobierno en estos dos meses para ganarse adeptos tanto en la veta memorialista como en la social. Cuenta a su favor con los resortes que da La Moncloa y con su innata capacidad como un hombre inasequible al desaliento. Está por ver, pero la campaña está claro que va a girar más sobre él que sobre sus siglas y ésa es una apuesta más que arriesgada.

Enfrente, PP, Cs y Vox andan con ganas de urnas. Casado porque necesita reivindicarse, Rivera porque ve cercano su momento y Abascal porque va montado en un caballo sin freno. De los tres sólo este último parece tener clara su estrategia, que se verá refrendada por un juicio del procés en el que va a ser protagonista indiscutible. Los otros dos lo tienen más complicado. El popular porque su escoramiento puede precipitar votos hacia el original crispado. El naranja porque necesita frenar la deriva a la derecha para ofrecerse como alternativa a un centro izquierda que no se fía de Sánchez pero tampoco percibe en Rivera esa vena social que tanto le gusta.

Y todo esto con los catalanes metidos en su juicio y dispuestos a dar más ruido que nunca. Y con un Podemos que necesita encontrarse y sacar a su líder de la baja de paternidad en la que parece inmerso desde hace ya muchos meses. Los morados se juegan su propia existencia y no parece que lo tengan claro. Al menos no tanto como Pedro, que sabe que se lo juega todo a una carta. Parte con casi todo en contra, pero con su capacidad de resiliencia igual es hasta posible que el 29 de abril pueda reírse de unos cuantos. Veremos.

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