Prácticamente invisibles para quienes no las sufren y un enorme contratiempo para quienes tenemos la poca fortuna de padecerlas. Así son las barreras arquitectónicas urbanas o, lo que es lo mismo, todo obstáculo que impide que en un tramo de vía se alcance la accesibilidad universal. Un valor que, como tantas otras cosas, no se aprecia hasta que se carece de él.

Les puedo asegurar que a ras de la acera, desde los tres centímetros de altura que puede añadir la rueda de una silla, o los 13 que suma un miniescalón instalado para acceder a un portal, la vida se ve con otros ojos o, más bien, se siente de otra manera. ¡Ni se lo imaginan!

Cierren los ojos solo un segundo... Las esquinas se quedan sin visibilidad, los pasos de peatones no se encuentran a cota cero, no existe un rebaje que ponga el bordillo al nivel del suelo para poder atravesarlo y así es imposible superarlo. El primer problema llega nada más salir del portal. Sin pequeña rampa, inviable. Sin coger respiro, cogemos la acera: demasiado estrecha para pasar entre la farola y el muro que nos han puesto. A los diez metros, no hay rebaje para cruzar la acera. A los cien, se asoma una pendiente que mejor la dejamos para cuando venga Popeye de comer sus espinacas. Y para esquivarla, apostamos por el giro a la izquierda, con su recorte en el bordillo, pero sin paso de peatones ni nada que garantice una forma segura de atravesarlo.

Está claro que un paseo sobre ruedas ya es una aventura, pero una simple gestión que en condiciones ¿normales? llevaría diez minutos ejecutarla, ahora se convierte en una auténtica traba y obliga a disponer de dos horas para ello a pesar de que nunca sabremos con certeza si se podrá llevar a cabo o no.

Cualquier tipo de escalón es un impedimento. Adoquines y empedrados, calles pavimentadas de forma irregular, oscilaciones o piedras en la calzada parecen llevarte por los cacharritos de las Colombinas. Y ¡cuidado! Que la rueda no quede entre los excrementos caninos o atrapada entre las aceras desgastadas y al final del viaje los moretones te recuerden que has atravesado sin querer la ruta del bote y bote.

¿La consecuencia? La vida se delimita a una recta sin inclinación o desnivel supeditados a la buena fe del prójimo (que la hay) y a la educación (que aún hay que ponerla en práctica) para hacer más llevadera la vida de los dependientes.

¿Y los cajeros? ¿Las terrazas? ¿Los mostradores? Mejor lo dejamos para otro día.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios