Pablo e Irene están muy emocionados. El médico les ha dicho que para otoño van a ser padres y la sonrisa no se les cae de la cara. Para más satisfacción resulta que lo que les va a traer la cigüeña son gemelos, así que doble alegría en casa de los padres primerizos. Aunque son poco dados a la profusión afectiva hasta a él se le escapa de vez en cuando esa sonrisa bobalicona que se le pone a todo padre cuando se entera de que su primer vástago viene en camino. Y además, como Pablo es como es, él no va a tener uno sino dos, que siempre ha sido hombre de hacer las cosas a lo grande.

Como a cualquier pareja de su edad la noticia les ha obligado a comenzar a plantearse la vida en serio. Llega la hora de comenzar con las decisiones importantes y la primera de ellas es buscar una casa en la que dar crianza y acomodo a los dos pequeños que vienen de camino. Como para cualquier pareja la búsqueda ha sido ardua y complicada, pues no es fácil encontrar un lugar al que poder llamar hogar. La ubicación, la cercanía al curro, los transportes, los vecinos, los ruidos... todas esas cosas han de tenerse en cuenta si pasados unos años no quiere uno arrepentirse de la decisión tomada.

Con la emoción del momento, hasta la cuestión dineraria pasa a un segundo plano, toda vez que tanto Pablo como Irene tienen suerte y gozan de buen trabajo y situación económica desahogada. Aun así no han sido pocas las noches sin dormir buscando la mejor hipoteca. Al final la cosa ha quedado en 540.000 euros de roncha a 30 años, algo elevado en un principio pero asumible porque la letra mensual sólo les supone 800 euros a cada uno y eso puede afrontarse bien. Irene está algo más agobiada, pues ha tenido que pedirle algo a su padre para pagar la entrada, mientras que Pablo está menos asfixiado ya que siempre ha sido de gustos frugales, tiene ahorros y además dice que tiene en perspectiva una buena herencia que le ayudará si la cosa se tuerce un poco y algún mes no llega para las letras.

Pablo e Irene, Irene y Pablo son felices y ven la vida de color rosa. Sonríen, pasean, van a las tiendas a ver carritos para los niños y hasta se permiten comprarles algo de ropita para ir llenando los armarios. Todo va bien. Todo va tan bien que Pablo e Irene no entienden la que se ha liado con su casa nueva. Ellos que nunca han criticado a nadie por comprarse pisos caros, se sienten acosados como esos que sufrían los escraches a las puertas de sus casas y se ven perseguidos por los medios como si hubiesen hecho algo malo. Ellos que lo único que quieren es un buen hogar para sus hijos no se explican cómo se ha liado tan gorda con su chalecito madrileño. Qué raro es todo, se dicen. Nosotros, que nunca hemos dicho que los ricos viven en el lujo mientras los pobres no tienen techo o se quedan sin él; nosotros, que jamás hemos criticado el injusto reparto de la riqueza en manos de unos pocos; nosotros, que jamás dijimos que la vida política pudiera durar menos de 30 años; nosotros, que en la vida tuvimos una mala palabra contra esos de la casta.

Qué raro es todo Irene, dice Pablo. Ni que fuéramos de Podemos.

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