Cuando el desarrollo económico y social ha llegado a límites que tiempo atrás consideraríamos insospechados; cuando se educa a los jóvenes en eso de que "querer es poder"; cuando la información llega de una forma tan inmediata que no termina en convertirse en conocimiento; cuando la imagen sustituye a la palabra… parece el momento idóneo en el que hombres y mujeres, acuciados por la competitividad e inspirados por los frecuentes mensajes sobre las hipotéticas ventajas de la acumulación de riqueza, terminen luchando por el desarrollo de ese empowerment, tan machacado, viéndose a sí mismos en un nivel superior al resto y seguros de que no solamente pueden llegar a divisar el futuro, sino que incluso puede alterarlo manipulándolo debidamente. No, no es un resumen de Un mundo feliz la novela de Aldous Huxley, aunque reúna elementos comunes. Publicada en 1932, en ella se pinta un escenario social dividido y apocalíptico en el que los ciudadanos deben ser trabajadores y consumidores porque solo así se podrá mantener la economía (¿Les suena esto de algo?).

La situación actual, desde que ese virus apareció en China y al que no dimos importancia, porque "estaba muy lejos", no solamente está transformando nuestra vida cotidiana, sino que nos empuja a hacernos preguntas incómodas para las que no encontramos respuestas: ¿Y para qué tanto ahorrar? ¿Y hasta dónde llega el poder de la "mejor sanidad del mundo"? ¿Y la información que nos dan, de verdad es fiable?

Dicho esto, hay situaciones en España que no cambia ni el Covid-19. Los españoles somos muy solidarios, pero siempre que no afecte a nuestras creencias o sensibilidad: la policía almonteña, mediante megafonía y como si allí no llegase la televisión, ruega a los residentes temporales en El Rocío que se marchen o extremen las medidas. Por otra parte, se viene gestando una especie de madrileñofobia ante la avalancha de desplazados desde Madrid a nuestras playas; se cierran los bares pero siguen celebrándose las misas… Por supuesto, el virus no ha sido capaz de conseguir un cambio de actitud por parte de la clase política, que sigue mirando con lupa al contrario con el único interés de la crítica mordaz: Que si Montero organizó irresponsablemente la manifestación del 8-M, que si Sánchez ha llegado tarde con la declaración de Alarma, que si "yo lo dije primero"…

Nos enfrentamos a grandes retos: combatir el miedo sin negligencia, animarnos sin mentiras, luchar sin histerias y… creerlo firmemente.

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