De niña tuve una vez una perrita, de nombre Pachanga, que mi madre encontró deambulando por la calle y yo me empeñé, y conseguí, darle un papel notable dentro de la familia. La perrita, en cuestión, era una simple perra callejera, no fea, sino feísima, y que, por supuesto, no formaba parte de ninguna raza ilustre. Como cualquier animal vagabundo, ansioso de libertad, se escapaba de casa cada vez que podía, y siempre volvía poniendo una carita triste para que no le riñésemos. Murió, sin causa conocida, unos años después, rodeada de cariño y de mimos. Admito, aunque esté equivocada, que desde entonces me niego a repetir una nueva experiencia convivencial con un can.

Mi perra nunca fue a una peluquería especializada, mejor verla jugar con aquella pasión, y creo recordar que no consumía piensos. Jamás la llevamos a un veterinario, entonces no estaban de moda este tipo de visitas, pero sobre todo es que nunca los necesitó. La Pachanga fue muy feliz siendo tan callejera, tan traviesa y pasando tanto tiempo en la calle. Seguía sus hábitos vagabundos y era fiel y graciosa, aunque no viniese de la nobleza canina.

Lo realmente preocupante es la evolución que siguen los animales: ¿Han observado que ya no existen perros callejeros? o ¿Qué cuándo se conversa sobre perros, lo prioritario es interrogar (y presumir) sobre su raza? ¿Por curiosidad, conocen algún can común, sin casta?... Hoy lo más habitual es indagar sobre sus ascendentes y, posteriormente, debatir con pasión sobre linajes caninos.

Ahora, desde la distancia, puedo analizar cómo y cuánto ha cambiado la relación entre las personas y los animales: Los dueños de los perros, más que acompañarlos, los exhiben sin pudor, los miman y la visita periódica a la peluquería canina se convierte en un hábito obligado.

Aunque no sea la playa un lugar ni adecuado ni permitido para el paseo de perros, sí lo es para lucirlos: labradores muy mansos; bulldogs tan variados; el sociable pastor alemán, ese bóxer y sus músculos, o el cóker, ideal como compañero… Todo un repertorio de estirpes que, según sus dueños, "no molestan", aunque hagan sus "necesidades" en la orilla y juegan, eso sí, como niños pequeños, con saltos y sustos, a los que los adultos de la sombrilla cercana, molestos si protestan, se dirigirán con esa consabida expresión de "pero… si no hace nada" ...

La aventura ahora estriba en averiguar si adoptaría a algún perro común, de esos sin raza y que, misterios de la genética, son tan feos.

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