Aquellos muertos...

"Ellos" vuelven cada año con presencia real y no solo a través del legado que nos dejaron

Ayer en estas páginas, un artículo de José Juan Díaz Trillo ponía a Gibraleón en el foco cultural de la provincia glosando dos temas relevantes: la aún reciente Feria Transfronteriza de Arte Contemporáneo y la publicación de Juan Angona Nuevas Crónicas de Gibraleón Dormido. De hecho, la villa ha contraído méritos sobrados para ello aunque solo fuera por la convocatoria, desde hace 68 años, del Certamen Nacional de Pintura, que ha dotado al municipio de una extraordinaria colección que supera ya las cuatrocientas obras. Una de las plantas del singular espacio expositivo que es el Codac, Centro Olontense de Arte Contemporáneo, está dedicada actualmente a exhibir una pequeña pero significativa parte de ella. Desde los días de la Feria puede verse también en la planta baja Menos mal que nos queda Portugal, una muestra con encanto cedida por Pablo Sycet y su Fundación Olontia, haciendo visible la hermandad de los dos países.

La Fiesta de Muertos mexicana invade la planta más alta con otra exposición organizada y facilitada un año más por Somaap, la Sociedad Mexicana de Autores de Arte Plásticas. Después de estrenarse en la sede de la Universidad de Huelva, se dispone a recorrer durante un semestre, de la mano del OCIb, otras salas de la provincia. Va acompañada por una versión de un altar tradicional que, con el título de El libro de la vida, ha sido realizada en la Escuela de Arte León Ortega, siempre receptiva a la colaboración hispanoamericana, en esta ocasión a partir de un proyecto escénico amplio de Wendy Arteaga, llegado de México y coordinado aquí por Xiomara Alvgar. Las pinturas de Muertos, vivos en la historia, nos ponen en contacto con escenarios y personajes, reales o míticos, de aquel país. Desde las paredes del Codac nos observan algunos famosos como Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo, Diego Rivera, Emiliano Zapata… y también Dalí o Picasso, transmitiéndonos el mensaje de que "ellos" vuelven cada año con presencia real y no solo a través del legado que nos dejaron.

Es una visión positiva -podríamos llamarla vital-, que contrasta fuertemente con la triste y resignada que predomina en este lado del Atlántico cuando se trata de la muerte de un ser querido, sin que la esperanza de un reencuentro futuro parezca aliviar nuestra pena por una separación que, al margen del consuelo que la fe pueda proporcionar a los creyentes, sentimos como definitiva.

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