El otoño va pasando en un sueño donde el brillo del último rayo de sol veraniego se confundió con la bruma, la triste luz de una luna helada de estrellas o el recuerdo de esos días de un mes que nos invita a la meditación de lo imposible, de lo eterno.

Con un impulso mecánico he elevado mi brazo hacia un lugar definido de la estantería donde mis libros preferidos duermen, velan y viven, su olvidada existencia que un día dieron luz a mis pensamientos.

Tomo uno de ellos, lo salvo de la apretura ordenada en que lo aprisionan sus compañeros de silencios y a veces de olvido. Busco entre sus páginas y allí está lo que buscaba. Una bella y recortada hoja, amarillenta en su letargo de años, que sin hablar pero con voz suave me esperaba en esta hora de noviembre, para traerme el eco de esa poesía que un día fue vida de mi espíritu.

La miro con cariño, no me atrevo a tocarla pero la reconozco. Pienso el día en que la recogí del suelo en ese parque gris del asfalto urbano. Entonces tenía color, sus nervios verdes proclamaban vida, su tallo era reflejo de una fuerza que la unía a su rama madre. Su voz, en un susurro, me decía que la brisa pudo más que ella y la arrojó a un camino nuevo con un final sentenciado.

La salvé de su incierto destino y la encerré entre las páginas de un libro donde sigue durmiendo, soñando. Quizás si la hubiera dejado libre su corta existencia tendría colores para ella desconocidos. Quiero creer que no la escondí, que no está aprisionada sin ecos de vida. Al contrario, dentro de cualquier libro se puede encontrar una nueva existencia. Las líneas silenciosas de cada página son como latidos permanentes del corazón del autor. Cada palabra un flujo de sangre que quiere mantener con vida aquella inspiración que un día, lejano tal vez, dio fuerza a un espíritu que deseaba dejar escapar su sentimiento como una hoja más, entre todas las que dormidas en un libro componen su esencia.

Sigo conservando esa hoja que ya es como una oblea desteñida pero con un fuego que mantiene el calor de su llama oculta. Ella sigue su reposo callado entre páginas de poesías. Es una flor más en esos versos que se apiñan a su lado, en la lírica que la acompañan y la adoran.

A veces me viene a la memoria el eco sonoro, melancólico, romántico de una balada con acento francés, "Les Feuilles mortes" (Las hojas muertas). No, no puede ser, las hojas no mueren, viven, alegran con su color nuestra vida, después en el implacable destino de los seres vivos, languidecen, caen y un soplo de viento helado que anuncia que el invierno pronto llegará, se las lleva, y las arrastra a un infinito sin memoria.

Hoy, delante de mi teclado, fantasma renovado de mi vieja pluma, siento el latir de esa hoja dormida en el tiempo de mi corazón. Es el otoño que paso a paso se marcha. Luego ya no habrá arboles desnudos, la suave capa de la escarcha, de la nieve, cubrirán su cuerpo rugoso de un blanco celestial.

Pido perdón al lector por robarle unos minutos. Hoy me habéis acompañado en un sueño otoñal.

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