Antonio Carrasco

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Lo que cuestan las cosas

Emitir facturas informativas del precio que tienen los servicios públicos nos ayudaría a tomar conciencia y valorarlos

Saber lo que cuestan las cosas ayuda a valorarlas. Tantas veces lo habremos escuchado a las mejores economistas del mundo, que son nuestras madres. Frente al despilfarro, sensatez y mucha educación para inculcarnos el respeto por el sudor. Hay cierta corriente que defiende lo conveniente que sería que los servicios públicos emitiesen facturas a título informativo (no se me asusten que sería solo una medida pedagógica). Sabríamos por ejemplo lo que nos cuesta cada consulta del médico, el precio que tiene el colegio de nuestros hijos, la limpieza de las calles por las que pasamos o el mantenimiento de las carreteras por las que vamos a diario. No se trata de pedir al contribuyente que pague ni colar un intento de privatización. No, se trata de tener un conciencia de lo que gastamos. Sería una interesante experiencia que nos pondría ante la realidad de la dificultad que implica sostener financieramente nuestro estado del bienestar o cómo somos a título individual deficitarios para el sistema.

Quizá de ese modo tomaríamos conciencia de nuestra responsabilidad a la hora de hacer un uso correcto, medido y necesario de los recursos públicos, de ese dinero que en contra del famoso patinazo de Carmen Calvo sí es de alguien, es de todos. Ese necesario ejercicio de conciencia sobre lo que nos suponen cosas que por asumidas tomamos por intrascendentes.

Pero iría más allá. Añadiría al coste económico de cada servicio público que disfrutamos un extra: su impacto ecológico. Cada bien que consumimos debería llevar en el etiquetado sus huellas de carbono e hídrica. Ahora que el agua es debate nacional, que nos insisten en lo perniciosas que son ciertas prácticas o qué podemos o no hacer por ese recurso esencial y finito, tampoco estaría mal saber qué consumo de agua hay detrás de todo lo que hacemos.

Quizá tendríamos que aplicar para entenderlo del todo bien la medida básica en España: el Bernabéu. Cuántos bernabéus de agua consumimos al año en alimentación, en nuestro ocio (porque se sorprenderían saber que también se gasta agua en nuestro ocio más trivial), en la fabricación nuestros combustibles o en limpiar nuestras calles. Entenderíamos lo que cuesta y lo que desgasta cada paso que damos. Nos haría pensar.

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