La fecha del 12 de Octubre es sagrada para todos los españoles, y más aun para los onubenses, que en la celebración de la fiesta nacional llevamos implícito ese histórico e irrenunciable momento en que tres Carabelas que habían zarpado del puerto de Palos, llegaban a un Nuevo Mundo por descubrir para aquel viejo continente europeo, que estaba esperando cambiar la faz de la tierra conocida.

Por el azul del mar, hombres de las riberas del Tinto-Odiel, siguieron la ruta del caminar del sol, como decía aquella letra, ya olvidada, de unos versos llenos de espíritu que un inmortal poeta andaluz hizo volar sobre las olas que naciendo junto a un convento franciscano pusieron rodillas en nombre de Isabel y Fernando en la arena dorada de Guanahaní.

No hay dudas que los hombres muchas veces marchan al compás de las ideas que nacen o se desarrollan a impulsos de las políticas influyentes del momento.

Y las ideas que tenemos de hechos y acontecimientos pasados, grandes o pequeños, se dejan influenciar de las corrientes impulsadas por el poder en el sentido partidista que más le conviene.

Hoy, muchas voces pronuncian en voz baja la palabra Descubrimiento. Otros a medio tono la traducen en Encuentro. Y otros ni la nombran, por un sentido revanchista de romper los lazos que, en comienzos difíciles, hicieron triunfar sus naturales y lógicas independencias territoriales, ante una mala política que, en siglos, y todavía no ha terminado, llevaron desde la metrópolis.

Pero el hecho no muere, permanece, y aquella sangre que generosamente se mezcló con la nueva que se abría a una nueva vida, sigue por los siglos dando prueba de una entrega y de un apasionado amor que es hoy nuestro mayor orgullo, frente a otras naciones que no vieron en aquellos seres un sentido de hermandad y de unión bajo el santo espíritu de un Evangelio común y de unas creencias que sembraron fe, devociones y creencias que, aunque hoy están alteradas y corrompidas en muchos lugares, mantiene la pura esencia española bañada en el hábito más visible de los sentimientos heredados, como es la lengua que nos une en el lazo más fuerte de los humanos.

Existe y existirá para siempre un latido imborrable entre aquellos paises al otro lado del Atlántico y nuestra vieja Hispania: el de la sangre. Sangre hermana, viva, callada, a veces ocultada, pero que sigue dando fuerza a esos corazones que en sus sístoles y diástoles rezan, sin palabras, la misma oración genética que un día, de hace más de cinco siglos, llevaron hombres de nuestra tierra onubense a un paraíso que entraba en una nueva etapa de su existencia.

La Rábida sigue siendo el altar de una Hispanoamérica que en días difíciles lucha por sus sueños, se emancipa en sus poderes, y con cierta nostalgia mira a esta España, tan auténtica y tan distinta, que navega como una carabela con cruces en sus velas en un mar proceloso, deseando llegar a un Guanahaní tan puro y virgen que nos haga olvidar las olas de las tempestades por la que pasamos.

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