Generalmente, cuando hay una cuestión importante pero en la que no queremos vernos involucrados, procuramos "hacernos los locos", dicho esto en argot popular que se traduce en ponerse de perfil en el terreno de lo social, político u oficialidad. Pues bien, resulta inaceptable para los decisores políticos y más aún en los gobernantes que, por ende, han de ser vanguardia en la solución y mediación de situaciones conflictivas.

Lamentablemente, cada vez sucede con más frecuencia en el ámbito político, bajo el truco semántico de la "equidistancia" como blindaje ante la ausencia de compromiso con las necesidades de aminorar las confrontaciones y lo que es peor, las injusticias.

Actualmente, tenemos ejemplos paradigmáticos de ese posicionamiento de perfil cada vez más habituales en la peculiaridad presidencial del señor Sánchez. Me refiero al conflicto de los taxis. La gestión de esta crisis está resultando vergonzante desde el punto de vista gubernamental y, por extensión, político. Ciertamente, el tema es complicado al tener cada una de las partes razones para defender sus intereses particulares pero lo que no se puede obviar y mucho menos delegar son las cuestiones inherentes a las decisiones que tomó en su día el Gobierno de la nación, curiosamente ZP, y que no fue otra que la concesión de miles de licencias de VTC -¿a quién?- y que son punto clave en la generación del conflicto, por perjuicio a los taxistas e irreversibilidad ante el derecho consolidado y legal obtenido por las VTC. Ante esto, no puede ser la solución transferir las competencias a las comunidades autónomas y estas, a los ayuntamientos.

Conclusión, unos elementos fundamentales para la movilidad a nivel nacional que deberían tener uniformidad y complementariedad normativa, se convertirán en un maremágnum de difícil interpretación y con riesgo de colisiones diferenciales entre territorios.

Y cambio de tercio. Me refiero a la cuestión venezolana. España, tiene un compromiso histórico y una responsabilidad en el mismo ámbito con aquel pueblo y no puede escudarse en la unidad de acción con la UE que, en todo caso, sería quien debería haber seguido la estela y el liderazgo de España en esa crisis, cuyos objetivos son la recuperación de una libertad perdida hace ya muchos años. La tibieza de posición solo revela falta de seguridad y debilidad de principios además de dependencia con la opinión de sus socios. Claro que la salida electoral es la idónea, una vez recuperada la libertad popular. Por tanto, no puede ser una coartada justificadora de la posición de perfil.

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