Si alguien pretendía seguir las indicaciones del dicho, vive de tu padre hasta que puedas vivir de tus hijos, quizá debería ir pensando en un plan b. Me gusta ser optimista respecto al futuro, pero lo cierto es que si vemos los datos macroeconómicos de España me lo están poniendo muy complicado. Con una deuda pública sin control que ya alcanza el 120 % del pib, los niveles de desempleo juvenil más altos de Europa, y un sistema de pensiones y prestaciones públicas que hace años que nos vienen advirtiendo que es insostenible, a lo que se le añade ahora el aumento de la pobreza inducida por los efectos destructivos que en la economía ha generado la situación de pandemia, se hace muy difícil ser optimista. Si queremos consolarnos y ver un futuro más esperanzador, podemos quedarnos con las previsiones de que seremos el país de Europa con mayor potencial de crecimiento, algo lógico si tenemos en cuenta que también fuimos el de mayor caída de toda la Unión Europea. Con este panorama, no hay que ser muy visionario para predecir que, a medio plazo, los futuros jubilados van a ver como el acceso a la ansiada jubilación se les complica, tanto por las condiciones de acceso como por el importe a la baja de las pensiones que recibirán hasta que pasen a mejor vida. Por su parte la descontrolada deuda pública que acumula España nos guste o no, va a generar una subida de impuestos tarde o temprano, que nos encarecerá los precios de la bolsa de la compra, unido a la creación de nuevos peajes con los que hacer frente a los pagos futuros sobre la deuda del pasado. Si nos fijamos en lo que les espera a nuestros jóvenes, con unos sueldos muy bajos tendrán que competir por conservar sus puestos de trabajo con otros miles de jóvenes en situación de desempleo, lo que afecta al necesario equilibrio entre la oferta y la demanda, generando una sobreoferta de mano de obra que presiona a la baja los sueldos y tiende a facilitar unos despidos sobre los que ya se empiezan a plantear la necesidad de modificar el sistema, llámese mochila austriaca u otro mecanismo.

Con este panorama la clase media retrocede, abriéndose de manera incipiente, una brecha característica de países menos desarrollados, donde comparten espacio grandes bolsas de personas con escasos recursos, con grupos empresariales con mucho poder, pero concentrado en pocas personas.

En definitiva, tendremos unos abuelos con bajo poder adquisitivo que difícilmente podrán ayudar a económicamente a unos jóvenes escasamente retribuidos y repartidos en dos tipos, los que acumularán mucha formación y los que no tendrán ninguna, con el nexo común de competir entre ellos para conseguir un puesto de trabajo o una paguita.

En conjunto, lo que está en peligro es el modelo de sociedad del bienestar del que hemos disfrutado hasta ahora en España, y que en muchas ocasiones no hemos sabido valorar suficientemente, ni mantener.

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