Perdido.

Perdido. / H.I. (Huelva)

Cada acera es diferente hoy. Cada esquina. Cada calle. Los árboles y las flores de los jardines son diferentes, y las palomas y las nubes que cubren el cielo. Nadie le mira pasear, titubeante, hacia lo desconocido. Nadie le ve porque la edad le ha hecho invisible, así que nadie presiente su angustia, su miedo callado y solo. Nadie agarra su mano temblorosa para traerlo de vuelta. Sujeta su bastón, viejo y astillado, como él, y camina a ninguna parte sin que nadie se fije en sus ojos brillantes, que se mueven, inquietos, buscando algo a lo que agarrarse: un rostro conocido, un portal, una fuente, un semáforo, un kiosco, una voz que le llame y le diga: “¡Juan, por aquí!”. Lo que pasa es que no hay nada porque todo es diferente hoy. Los recuerdos fugaces ya se fugaron, hace tiempo, sin que pudiera hacer nada. Y los que quiere conservar, los que aún le sirven de consuelo, de asidero, lo están abandonando cada día un poquito más. Sin compasión. De nada sirve su empeño: su juego de apuntes y garabatos, las fotos y las notas que lleva años pegando en un cuaderno grande de rayas al que ya no le quedan hojas. Aunque tampoco importa porque ya lo ha olvidado. Ya no lo abre. No sabe que existe.

Juan pisotea las hojas húmedas del suelo mientras camina en dubitativos círculos concéntricos, que se hacen cada vez más pequeños. Apenas mueve ya los pies, y solo gira sobre sí mismo, como la bailarina de una caja de música, a la espera de que un cambio de perspectiva le muestre un camino conocido. Hace tiempo que todo se le desdibuja, como si una goma diabólica se estuviera encargando de borrar los trazos seguros de su vida para dejarle sobre el papel tan solo diminutas marcas sin significado. Borrones, sin principio ni final, que mira contrariado. Aturdido, como un boxeador atacado por la espalda. Asustado, como un niño en medio de la guerra. Aquello que no era más que un mecánico gesto, una ruta segura, se ha transformado en un precipicio informe, en un infernal rompecabezas. Un agujero infinito, negro como los huecos que le ha ido dejando su memoria desde que una cara dejó de ser un nombre y un sabor ya no era una comida. Desde que las llaves dejaron de abrir puertas y las puertas dejaron de llevarle a lugares familiares. Desde que las fechas del calendario dejaron de decirle cosas. Desde que empezó a olvidar. Mira de un lado a otro, pero nadie le mira a él. Sobre la acera, quieto y despistado, con los pies juntitos, apretados entre las hojas rotas, sabe que está esperando algo, aunque no recuerda qué. Mientras tanto, a su alrededor transitan, impasibles, mujeres y hombres que le esquivan como si fuera un charco, como a un agujero. Observan, apresurados, sus pantallas brillantes sin pensar en que Juan solo necesita una mano amiga, que lo agarre y le pregunte “qué te pasa”. Juan no sabe lo que espera, pero lo que espera es hoy un milagro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios