En este otoño seco que sufrimos, unas gotas de agua escaparon una de las últimas madrugadas. Era el cielo que lloraba. Y enseguida comprendí que esa fina lluvia era de alegría, porque un alma buena llegaba a la Casa del Padre.

Calladamente, con una sonrisa como tantas que regalaba a diario, José Alejandro de la Corte Gallardo se nos fue. Un hombre bueno, sencillo, cordial, alegre, sincero. Sólo un nombre para Huelva: Pepe de la Corte.

Durante toda una vida fui amigo de este ser, para mí siempre sombra franciscana de espíritu y acción, del que tanto aprendí.

Pepe, desde su juventud estaba integrado en esta Huelva a la que tanto quiso, y de la que llenó su corazón. Una vida de trabajo para crear una familia sólida, religiosa bajo la estela de pardo sayal de Paz y Bien.

Pepe, gran profesional, ejerció toda su vida combinando sus diarios quehaceres, con un gracejo inolvidable que nos hacía pasar momentos inmensamente felices.

Por su espíritu extrovertido y valiente vivió aventuras onubenses que, cuando las contaba, sabía salpicarlas de anécdotas, chistes y humor auténtico. Su gran amor, María Victoria. Su orgullo, sus hijas María Victoria e Inmaculada, a las que dedicó todos sus afanes y cariño paterno. Su fe recta y entregada, envuelta en esa aureola que supo inspirarle su devoción franciscana, su amistad a los frailes de San Francisco, y sus siempre recordados tiempos de unión conventual le hicieron ver la sonrisa de santo de Asís. Pepe de la Corte era un personaje popular y querido de una Huelva sin tiempos. Ayudando a los demás, escribiendo inmensidad de artículos con fondo onubense y religioso. Y sobre todo haciéndonos llevar la vida con amplia sonrisa y bondad.

Durante muchos años lo tuve a mi lado como Secretario General de la Real Sociedad Colombina, y fue un brazo fuerte en su ayuda y entrega a nuestra causa histórica y marinera.

Su labor en la Colombina queda para siempre en ese álbum de fotos y recuerdos que el tiempo no marchitará, porque su vida es permanente. Sobre su pecho, el testimonio de una Cruz al Mérito Naval, junto a tantas condecoraciones merecidas. El día de su muerte, multitud de amigos lo velaron en acto de solidaridad por lo que él fue y significó. Me emocionó ver un retén del Cuerpo de Bomberos, todos alrededor de su cadáver, en homenaje al que ellos habían nombrado miembro de honor del Cuerpo por sus desvelos y cariño con ellos. Pepe de la Corte era un archivo viviente de Huelva. Cuando íbamos de viaje, en sus charlas colombinas, siempre su tierra fue eje de defensa y pasión encendida.

Horas antes de morir me llamó por teléfono para despedirse de mí. Así era Pepe. Único y amigo hasta el final.

El Dios al que el tanto amó le llamó en este otoño melancólico en recuerdos, para darle el premio que tan justamente ha ganado.

Yo estoy seguro de que Pepe, en su eternidad, estará haciendo reír a los ángeles con sus chistes, sus anécdotas y sus historias llenasde gracia, de verdad, y de un auténtico corazón repleto de amor. Hasta siempre Pepe, porque siempre estarás con nosotros. Amén.

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