Sí ha ocurrido. No es ni sueño ni pesadilla. En una semana hemos pasado de un hombre feliz con sus presupuestos que se veía en La Moncloa hasta 2020 a otro que aspira a llegar hasta entonces aunque sea de prestado. Pedro Sánchez ya es presidente del Gobierno y Mariano Rajoy, líder de la oposición. En siete días España ha cambiado de número uno sin pasar por la casilla de salida, las urnas, y gracias a una moción de censura que promete grandes momentos de gloria. Lo vivido el jueves y el viernes en el Congreso es una mezcla entre la Crónica de una muerte anunciada y la secuencia del camarote de los hermanos Marx. Rajoy firmaba su propio acta de defunción cuando menos se lo podía esperar y Sánchez, la suya de resurrección cuando nadie lo esperaba. Entre medias, poco interés público.

Si hay algo que ha demostrado el Pleno de la Carrera de San Jerónimo es que los partidos siguen mirándose el ombligo por encima de todo. Que Rajoy no podía seguir al frente del Gobierno tras la sentencia de la Gürtel era una verdad que caía por su propio peso, pero bien podría el popular haber entregado la cuchara e intentado otra jugada más audaz. Que Sánchez soñaba con despertar en Moncloa tampoco es nada que vayamos a descubrir y que Mariano le pusiera todo a favor para lograrlo, tampoco. Sin embargo, llegar a la jefatura del Gobierno aupado por el nacionalismo que trae a los españoles de cabeza puede pasarle una grave factura. Sánchez se ha tragado el orgullo y, de paso, sus principios al aceptar el chantaje del PNV para alcanzar la bancada azul. Se traga los presupuestos del PP que enmendó a la totalidad para hollar su cima y ahora gestionará el país con unas cuentas de derecha y una mente de izquierdas. Tremendo. Los nacionalistas vascos tenían 500 millones de razones para hacer lo que han hecho, tantos como motivos han dado para demostrar cuál es su fiabilidad como socios. Pague usted caballero que le prometo mi amor entero.

Del respaldo de los catalanes casi no hay nada que decir. Escuchar sus discursos fue muestra de hasta dónde llega la enajenación y ver cómo Sánchez trataba de poner cara de bueno para no reventar la partida antes de empezar a jugarla, una demostración de cómo andan las cabezas hoy en día.

De la moción de censura salieron Pedro ganador, Mariano perdedor y Albert como enemigo a batir. Llamativo fue ver a todos los partidos repartirle estopa al naranja por su actitud en Cataluña, en Madrid y casi que hasta en su propia casa. Todos se fajaron para dañar a Rivera al máximo, como si se tratara de su funeral y no del de Mariano. Está claro que hay nervios en el Congreso por lo que Ciudadanos pueda llegar a conseguir. Tantos que hasta Rajoy optó por el harakiri en busca de meses de oxígeno en la oposición en lugar de ofrecer su cabeza y una mirada a las urnas. Hay pánico electoral, no cabe duda. Miedo a que las encuestas se cumplan y tengamos chico nuevo en la oficina. Tanto miedo hay que pactamos todos con tal de evitar las papeletas. Total, ¿qué son unas elecciones? ¿Para qué va a ir nadie a votar? ¿Sabrá la gente lo que quiere? Seguro que no, vienen a decirnos. Ni que esto fuera una democracia.

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