Lo decía el productor, en la ficción, de la miniserie “The offer” (2=22), sobre el rodaje de “El padrino” (1972), de Francis Ford Coppola: “La Historia será como la contemos nosotros y el público se lo creerá” (cuánto sabemos de esto aquí en España por otras razones). Me recuerda esto cuando he tenido ocasión de ver “Napoleón” (2023), uno de los grandes estrenos de nuestros días, que ha despertado mi profesión de crítico cinematográfico ejercida durante más de cincuenta años, la mayoría de ellos en este periódico. Y es así porque el director de esta versión es el polémico Ridley Scott, ilustre profanador de la Historia como demostró en películas como “Gladiador” (2000) o “El reino de los cielos” (2005). De siempre Hollywood fue poco respetuoso con la Historia, especialmente europea, incurriendo en aberraciones inadmisibles. Pero Ridley Scott se ha mostrado contumaz en sus interpretaciones particulares de los hechos históricos y en esta última película, “Napoleón”, vuelve a las andadas, despreciando testimonios veraces de los historiadores. Ya sea él o su guionista manejan con excesivas licencias momentos íntimos (su misoginia, su egocentrismo) y otros de naturaleza ética o histórica. Bien es verdad que muestra en muchas ocasiones su maestría en otros aspectos más espectaculares y llamativos del relato.

Pero el espectador más documentado en el tema no podrá olvidar otras versiones del personaje, evidenciadas con brillantez, por ejemplo, en la serie francesa de tv, “Napoleón” (2002), de Yves Simoneau, basada en el libro de Max Gallo; en “Waterloo” (1970), del ruso Serguei Bondarchuk, referida a la última batalla y derrota napoleónica, realizada con especial rigor y brillantez narrativa, o la mítica “Napoleón” (1927), de Abel Gance, muda, muestra singular entre el documental y el relato bélico. De todas formas la presencia del emperador francés ha sido bastante notable en distintas versiones y donde directa o indirectamente su egregia figura ha sido protagonista en numerosas ocasiones.

Extraña, a mí me lo parece, que tras tantas visiones del histórico personaje se especule con su compleja biografía, sobre todo cuando es también numeroso su bagaje literario – más de una veintena de libros – y por lo tanto un copioso testimonio fidedigno. Y uno recuerda “La cartuja de Parma” (1839), de Stendhal (Henri Beyle), que también escribió una excelente biografía del emperador o “El capitán Richards” (1854), de Alejandro Dumas; “Los miserables” (1802), de Víctor Hugo; “Guerra y paz” (1865), de Tolstoy con una visión muy diferente a la que nos ofrece Benito Pérez Galdós en sus impagables “Episodios Nacionales” (1872-1912), sin olvidar una de la más brillantes biografías de Napoleón, la del prolífico biógrafo alemán de origen judío, Emil Ludwig. A pesar de estos perfiles biográficos la película comete varios errores históricos. Hollywood es también para la Historia “una fábrica de fantasías” y Ridley Scott su más destacado artífice.

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