En este delirante panorama en que vivimos, toda una órbita desconcertante de disparates que se suceden a diario, lo más positivo, aunque resulte nefasto para lo que debiera ser una convivencia pacífica y coherente, es la revelación de actitudes que sirven para descubrirnos la verdadera dimensión, la realidad de muchos de los personajes que regentan y dirigen la política de este país y su falta de ética o de escrúpulos en su gestión con absoluto desprecio al bien público y sus ciudadanos. A tal extremo hemos llegado que toda capacidad de asombro se va agotando. Porque más que asombroso nos ha resultado que el Gobierno, su presidente y sus ministros, con su acostumbrada sincronización de opiniones y acusaciones, hayan increpado a la oposición sacando a relucir añejas corrupciones, olvidando las propias y perpetrando con Junts, lo más radical de la derecha catalana, una amnistía a la carta –“integral” la han llamado–, en la que, cediendo a cuanto ha pedido el partido nacionalista, garantiza la invalidez, como si no hubieran existido, de todos los lamentables sucesos, delitos que fueron juzgados y sancionados, en octubre de 2017.

Es, ni más ni menos, que el empeño de mantener el poder al coste y a las exigencias que han impuesto los que más se benefician de ello. En ese ejercicio que llega a la deformación, si es necesario, de las evidencias jurídicas, hemos podido comprobar cómo se ha filtrado y manipulado el borrador de la llamada Comisión de Venecia –poco fiable por otra parte– por el ministro de Justicia, Félix Bolaños, inefable seguidor y grotesca marioneta de su propio presidente. Sabido es que la Comisión, que ha analizado una amnistía que no es la que finalmente se ha dictaminado con los cambios de última hora a petición de Puigdemont, no puede responder a las dudas de constitucionalidad que plantea la ley desde el ordenamiento español, ya que sólo el Tribunal Constitucional es competente para ello. Pero éstas y otras falsedades no han evitado la histérica euforia de Bolaños ni la sonrisa y el cinismo despreciable de la ultranacionalista Miriam Nogueras –puro fanatismo, xenofobia y totalitarismo– amenazando a los jueces que no cumplan la ley que ellos han impuesto por los siete votos que necesita Sánchez.

Y si disparatado resulta este panorama, no lo son menos las imprevisibles ramificaciones del caso Koldo, o Ábalos, o Sánchez… con todo un cúmulo de estafas, corrupciones, filtraciones, acusaciones al más alto nivel y todo cuanto pueda anutar nuestro asombro o consternación ante tanta iniquidad e incompetencia dada la pobreza moral y la ineptitud de sus protagonistas. Delaciones y revelaciones que nos llevan de la noche de Barajas con la enigmática Delcy y las funambulescas versiones de Ábalos a las increíbles –por inconcebibles– gestiones con Globalia, et alia, de la esposa del presidente, Begoña Gómez, lo que inmediatamente sugieren al sencillo ciudadano conflicto de intereses o tráfico de influencias.

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