La importancia y la implacable trascendencia de la información es algo que nadie discute. Es más, se le atribuye una influencia tan notable como decisiva en muchas ocasiones. Acabamos de superar otra de esas pruebas democráticas tan relevantes como son unas elecciones y una vez más hemos podido comprobar cómo ciertos medios han conseguido manejar con la tensión y crispación más conveniente para sus propios intereses comerciales suscitando la máxima atención de lectores, oyentes o televidentes y para la captación ideológica de su línea editorial. Alguno de estos medios, en los influyentes telediarios del prime time de la noche, son expertos en tensar al máximo ese enfrentamiento entre partidos –por lo general los más punteros– y en prodigar argumentos lo suficientemente conflictivos para tensionar el ambiente ideológico y emocional. Pero en esta dialéctica tan explícita y contundente a veces, también cuenta el silencio, la ocultación, la desinformación de todo aquello que no sé quiere dar a conocer al ciudadano. Pensemos en cuantas cuestiones el Gobierno guarda un silencio sepulcral. Poco queda, por no decir nada, de la cacareada transparencia informativa, especialmente por parte de las más altas instancias, cuando con el injustificado pretexto de la discreción, se ocultan con un celo inusitado las negociaciones del Ejecutivo con Junts, con aires de clandestinidad y oscurantismo culpable. Y en ese mismo tono, no denunciado por quienes más lo padecen, el atropello continuo no sólo a la falta de transparencia sino al derecho a la información, que propicia a diario ruedas de prensa controladas, con periodistas seleccionados, preguntas convenidas previamente y limitación o prohibición de cuestiones que la actualidad plantea y que se silencian impunemente. En la mente de todos están interrogantes que siguen sin respuesta y que a medida que se han planteado y se han silenciado descaradamente han pasado al olvido. Otras, de dolorosa vigencia en estos días, se desvanecen en el más flagrante y cínico ocultamiento o no se plantean por parte de informadores que sirven sumisamente al sistema. Y como adorno de ese vasallaje informativo tenemos esas entrevistas de aseo y masaje a las que se prestan ciertos medios afines al Gobierno. Luego vienen como incontenible cascada demoledora la manipulación, la instrumentalización, la mentira, el embeleco, las promesas incumplidas, los alardes gratuitos, el agresivo dogmatismo, el pretencioso egocentrismo, la sovietización de la política y la comunicación, aseverar con manifiesta suficiencia lo que mañana se desmiente con la misma contundencia y altanería. El ejemplo más cercano lo protagoniza Carmen Calvo, la flamante nueva presidenta del Consejo de Estado que con respecto a la amnistía ha dicho justamente lo contrario de lo que afirmaba hace tres años. Algo que no puede sorprendernos cuando el propio presidente y sus ministros comparten sincronizadamente idéntica postura.

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