Donald Trump se sintió fuerte y decidió separar a padres e hijos en la frontera para demostrarle que además de desheredados no tienen derecho a vivir. Matteo Salvini rechazó otro barco lleno de náufragos y pidió que esa "carne humana" fuera a parar a otra parte. Mientras esto ocurre, en media Europa las fronteras están fortificadas y no se permite el paso de los ahora llamados migrantes bajo ningún concepto. El mensaje es claro: naciste miserable y miserable has de quedarte que aquí no hay sitio para más. Así, sin anestesia. La realidad plasmada con toda su crudeza, nos guste más o nos guste menos. Y lo peor es que quienes toman estas decisiones reciben el aplauso de millones de votantes.

Hace justo una semana España recibía con toda la fanfarria en Valencia a los más de 600 rescatados a bordo del Aquarius. En un gesto cargado de solidaridad -y de otros intereses menos confesables- el Gobierno ofrecía nuestro país como destino para estos olvidados ante el riesgo cierto de que se perdieran abandonados a su suerte en el mar. Más de 2.000 personas estuvieron desplegadas en su desembarco, con medios materiales de todo tipo y la mejor atención posible. Un acierto, un aplauso. Y una duda. A esas mismas horas más de 1.000 personas llegaban a las costas de Cádiz y Almería arrancadas de la muerte por patrullas de Salvamento Marítimo. Colapsaban polideportivos y eran atendidas por unos voluntarios menos numerosos. Pero a estos negros, porque lo son, se les hace menos caso. Llegan casi todos los fines de semana y ya no llama la atención ver la imagen del puerto de Tarifa atestado de ateridos emigrantes. Allí no van los 600 periodistas acreditados en Valencia. Apenas los cuatro de siempre de los medios locales y las teles nacionales y autonómicas que cubren su llegada con aséptica resignación. Debe ser que son migrantes de segunda.

La naturaleza humana es tan conservadora que sólo salta cuando se conmueve, igual que se anestesia cuando se acostumbra al sufrimiento ajeno. Las pateras del Estrecho ya no revuelven a nadie, pero un barco atestado sí lo hace. Y no por los que van a bordo, sino porque el Gobierno italiano ha decidido rechazarlo. Ahí están la noticia, el enviado especial y la cobertura en directo. El drama de los espaldas mojadas se da a diario en EEUU, pero sólo conmueve cuando se escucha llorar a niños separados de sus padres y recluidos en jaulas como perros.

La odisea que vivimos no es tanto por sus vidas sino por asistir atónitos a la irrupción de una clase gobernante xenófoba, racista y ególatra que se permite actuar como lo hace. La tragedia no es la de quienes huyen para sobrevivir sino la de unas sociedades que votan a salvajes temerosas de perder su estatus. No nos engañemos. El Mediterráneo se traga vidas a diario ante la pasividad de las sociedades supuestamente avanzadas. No hay intención de luchar contra los regímenes y mafias que trafican con las vidas de esa "carne humana". No hay planes para desarrollar esos lugares olvidados. Lo que hay es mucha demagogia, mucha pose y mucha falsedad. Por más que duela somos egoístas. Vivimos en lo nuestro y por eso, de vez en cuando, viene bien lavar un poco la conciencia. Que a nadie le gustan las pesadillas.

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