Laura Luelmo llegó a Huelva a primeros de diciembre con la ilusión de una joven que encara el inicio de su vida laboral. Dispuesta a aprovechar un par de meses de sustitución en el instituto Vázquez Díaz de Nerva. Ignorante de que su decisión de irse a vivir a El Campillo la iba a situar delante de un hijo de Satanás. Apenas pudo dar cuatro días de clase cuando el infortunio se cernió sobre ella y acabó con su vida. Un infortunio con nombre y apellidos, con un largo historial delictivo a sus espaldas y con las entrañas negras. Lo dicho, un hijo de Satanás.

A los 26 años, Laura había partido de su Zamora natal dejando atrás una familia y un novio que ahora se preguntan por qué les ha tenido que pasar esto. Unos padres que sobrevivirán a su hija en una situación contra natura que será imposible de superar. El que es padre sabe lo que son los desvelos por un hijo, los miedos cuando se pierde en la plaza o cuando la fiebre se dispara por razones que no comprendes. Todo esto queda en nada con el vacío que deja en el alma una pérdida como la de Laura. En nada cuando se piensa en cómo murió y se asiste cada día a ese pornográfico espectáculo televisivo en el que todo vale y nada se elude. Por mucho que uno tenga experiencia profesional jamás podrá explicarse porqué las cadenas han decidido y han inoculado en algunos medios esta pasión por el morbo, la truculencia y el sufrimiento ajeno. Estomaga y habría que hacérselo mirar desde luego.

Este asco sólo es comparable al que producen esos representantes políticos que no dudan en utilizar la muerte a manos del ser más abyecto para intentar introducir sus planteamientos teóricos. Esta semana no se salva ninguno. Aún estaba Laura en la mesa de la autopsia y la jauría política ya se lanzaba piedras y culpas. Qué vergüenza, qué asco, qué ganas de decir alto y claro que no tienen corazón. No es tiempo de urnas, es momento de silencio. Respeten el dolor ya que no saben respetar a la muerte.

El malnacido que asesinó a Laura Luelmo ya está en prisión y ahora deberá ser la Justicia la que haga caer sobre él todo su peso. La que demuestre que ser una bestia no sale gratis, la que exponga todos los detalles del caso para clarificarlo y aplicar la sentencia más severa posible. Está claro que permitir que estas alimañas campen a sus anchas por las calles es un contradiós, que algo hay que hacer para evitar que estos monstruos reincidan en sus conductas. Pero habrá que hacerlo con sosiego, con calma y con respeto a las familias que ven truncadas sus vidas. Porque son ellas las que sufren, las que después del ruido y la furia de la polémica se quedarán solas en su casa añorando el beso perdido, el abrazo hurtado y la palabra no dicha. Por ellos, por los deudos de Laura, seamos capaces de ser humanos. Porque lo único cierto es que un corazón de 26 años ha dejado de latir mucho antes de lo debido. Lo demás son palabras huecas. Y para decirlas es mejor respetar el silencio de la muerte.

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