Alo largo de las dos últimas semanas en nuestro país, las personas aprendices, ésas que no dejan de ser alumnas en ningún momento, han debido de hacerse con un amplio y práctico repositorio de aprendizajes. Han sido tantas las escenas y tantos los discursos, que bien registrados en nuestra memoria y conciencia, seguro que podrían ser útiles.

Por lo pronto, hemos sido testigos de dos guerras sólo coincidentes en el tiempo: una está movida por puro amor a la guerra en sí misma, con una finalidad no explícita pero que quebranta y siembra daño, coreada con mucho ruido y cuidando la invisibilidad. El ejemplo más claro de este tipo de exterminio lo dieron los exaltados en las calles catalanas incendiando y devastando mobiliario urbano, e intentando provocar a las fuerzas de orden público para conseguir el enfrentamiento y poder acusarles después. Un espectáculo tan grave como bochornoso.

En el otro extremo, están esas otras beligerancias, que debían ser usadas únicamente por buenos estrategas porque no van acompañadas de una agresividad visible y expresa. Ostentan una cólera reprimida y mal disimulada, procurando que transcurran los hechos con una serenidad aparente para poder así manipular, descaradamente, pensamientos y deseos ajenos hasta conseguir que sean otros los que se manifiesten. De esta forma, la exhumación del dictador, que en principio debería haber sido un evento respetuoso, justificado y discreto, se convirtió en un antidemocrático, patético e innecesario show que no convenció a nadie.

No obstante, y en un desesperado intento de optimismo, algo positivo puede sacarse de todo esto. Los políticos, que se han ganado una merecida fama de "hablar mucho y hacer poco", en esta ocasión han cumplido. Habrá quien le aplauda y quienes le condenen de por vida, pero lo que no admite discusión es que Sánchez prometió sacar al autócrata del Valle de los Caídos y cumplió. Después de estar tan habituados a escucharlos que si bajarán los impuestos para más tarde asegurar que no se puede; o prometer subir las pensiones y dejarlo en un indigno aumento; o convertir el empleo prometido en un contrato inestable y temporal, bajando la calidad del mismo… comprobar que alguna promesa se cumple, es como abrir una puerta a la esperanza.

Observar las imágenes de intolerancia y de fanatismo en televisiones extranjeras ha sido duro. Menos mal que ver la escenita de Casado y de Rivera con sus "impermeables puestos para no mojarse" en ninguna de las guerras, hace reír.

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