Jugadores y aficionados al baloncesto lo saben: nunca se debe dar por perdido un balón. Imbroda, el Consejero de Educación y Deportes (seguramente con más éxitos cosechados en el baloncesto que en la política), lo tiene claro. De ahí, que a pesar del fracaso de aquel proyecto de escolarizar al alumnado de Primaria en el caluroso mes de julio a fin de aliviar sus deficiencias de aprendizaje, el ex baloncestista no da por perdida esa jugada y vuelve a la carga. Esta vez cambia de alumnado, de modo que el Plan diseñado se dirige a los de los últimos cursos de Primaria y a la Secundaria, orientándose hacia las poblaciones más desfavorecidas y marginadas.

El nuevo proyecto ha sido bautizado como Impulsa pero los impulsos son conducidos más por la emoción que por la razón. Solo serían útiles si comenzase con un pequeño retroceso que proporcione el ímpetu necesario para avanzar reflexivamente. Aunque no parece que en este caso existan estas condiciones, ese afán por volver a intentarlo denota su preocupación por los resultados que obtiene la media del alumnado andaluz y que no arroja la toalla con facilidad. Vayan por delante mis respetos.

Ocurre que los resultados educativos no mejoran a base de impulsos; como cualquier proceso, dependen de variados factores, desde una legislación aparatosa que entiende que las cosas se transforman si se les cambia el nombre, hasta unos profesores indebidamente seleccionados y muchos mediocremente formados, sobre los que recaerán las expectativas y las exigencias, pasando por unas familias cuya participación en la vida escolar se limita a intervenir en chats de padres y madres.

Optimizar la convivencia en los centros mediante una efectiva inclusión educativa y social requiere una razonada reflexión. Sería lamentable transformar las esperanzas y las ilusiones en frustración o desperdiciar el presupuesto en metas difícilmente conseguibles, despreciando otras menos originales, pero sí más efectivas.

El trabajo para conseguirlo es arduo, pero sobre todo debe ser constante. El camino para lograr que el alumnado permanezca en el sistema educativo no se compone de gestos heroicos, ni de medidas aisladas, sino de un todo compuesto por muchos elementos interconectados y con participación de actores diversos. Educar, en resumen, consiste en montar un puzle de las piezas adecuadas y la debida precisión. Consejero, ahórrese impulsos y bríos de escaparate, no malgaste esfuerzos. Ya sabe, vivimos en una época de ahorro energético.

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