Es tremendo que no se haga un análisis de que lo que es lamentable después de tanta tesis, máster, etc, es que con cualquier mierda de trabajo, si es que lo haces, te den carreras, másteres y tesis. Ése es el nivel de la Universidad, de la educación, y los que tienen que poner medidas son los que hacen las mierdas. Apaga y vámonos". Quien así habla es un cualificado inspector de este país, con su carrera a cuestas, su oposición y un máster cursado, pagado y hasta estudiado. Uno más de los miles de alumnos que esta semana han sentido profundas arcadas al comprobar hasta donde llega el hedor. Otro más de los que comentan que mientras ministras, presidentes del Gobierno y jefes de la oposición hacen el ridículo ante el país ellos tuvieron que esforzarse duro, sacar horas de donde no las tenían y ahorrar lo que pudieron para completar una formación por la que nadie les da las gracias y casi que ni les preguntan. Una pena.

Y es que el bochorno que hemos vivido esta semana, desde que la ministra Montón decidiera regalarnos otro ejercicio de autodestrucción de esos a los que este Gobierno comienza a acostumbrarnos, no es más que la punta del iceberg de una situación que clama al cielo. Mientras nuestros próceres se entretienen jugando a revisar la historia y a sacar a momias del pasado de sus tumbas -que me parece muy bien, pero sería aún mejor que lo hicieran sin darnos el coñazo-, nosotros asistimos impotentes al hundimiento de nuestro sistema educativo. Los congresistas con los que nos hemos castigado no sólo no se contentan con cambiar las leyes cada vez que se aburren, sino que también se han puesto manos a la obra para conseguir que la Universidad sea vista como un estercolero en el que si eres de tal o cual partido o tienes tal o cual filiación política casi que te regalan las notas. Es cierto que la Universidad necesita un profundo análisis sobre su situación y su paulatino alejamiento de la realidad, pero de ahí a creer que todo es cochambre va un mundo. La docta institución no atraviesa buenos momentos, ha perdido importantes señas de identidad y vive demasiado ensimismada en su endogamia, pero no hemos de olvidar que es la encargada de formar a las generaciones que deben regir nuestro futuro en unos años.

La cuestión no es si se copia o no, ni si se hacen los trabajos o no. La clave de bóveda sobre la que deberíamos reflexionar es qué tipo de valores trasladamos a los jóvenes cuando estos ven, leen o escuchan a sus representantes públicos echarse en cara que tienen menos papeles que una liebre. Si quienes deben gobernarnos se preocupan por rellenar sus currículos con cursitos y tesis de medio pelo para tapar sus inexistentes vidas laborales, qué tipo de ejemplo estamos trasladando. Si quienes quieren dirigirnos sólo están interesados en acceder al poder por demérito ajeno más que por éxitos propios, qué tipo de mensajes damos a los jóvenes estudiantes. Si quienes ocupan los despachos del poder lo hacen por defección del contrincante en lugar de por méritos del ocupante, cómo podemos pretender que nuestros alumnos crean que el esfuerzo y el sacrificio son las vías que deben seguir. Todo esto apesta. Casi más que los baños de la facultad. Casi tanto como el hemiciclo.

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