Leemos en los últimos días, algunas noticias sobre el mundo sanitario y que fluctúan desde la ignorancia fundada en el sectarismo ideológico a un pretendido supremacismo lingüístico. El primero, requeriría un ejercicio pedagógico -palabra de moda en el tertulianés político- pero es tal el dislate de proponer violencia de género a determinadas acciones obstétricas que, aún aceptando la buena o errónea indicación de las mismas -casi siempre correctas- resulta insultante para las profesiones sanitarias la mera mención de la palabra violencia y si se acompaña de género, acaba en el esperpento y cualquier debate está condenado al fracaso por radicalismo de parte que se antepone a la lógica asistencial, al raciocinio o incluso a la ética de los profesionales. Así que, por ahora, ni una palabra más.

En cuanto al otro tema, me ha generado una ensoñación que intentaré, sin pretensiones ofensivas, exponer. Estaba yo en una consulta, digamos que, de Urgencias, cuando entra una persona de paso por aquí con motivo de viaje de estudios de un grupo de chavales y del cual es el responsable. Se identifica como Xisco Metegol -no, no es el que Iturralde anuló al Recre en la final de Copa- farmacéutico, no en ejercicio actualmente y viene por incidencias de saludo en algunos chavales. El primero, tiene un habón enrojecido y con mucha piquiña en la pantorrilla, pregunto al compañero sanitario que viene de responsable si se han bañado en la playa y han visto proximidad de algún "aguamala" y no obtengo respuesta porque no entienden qué es eso.

El siguiente, cuenta vómitos y a la pregunta, desde cuando tiene la fatiga, le investigo la comanda desde antié y ancá de quién y en qué había consistido. Tras insistencia interpretativa y explicativa, tal cual, un chipichanga, se deduce que había desayunado calentitos y comido un guiso de alcauciles, de todo los que X. Metegol no tiene ni idea. ¡Ah!, y en la cena, se había jartao de poleás.

Un tercero, venía toguarnio con una mosqueta que le había producido un golpe por una pandorga que había perdido altura y se asustaron tanto con el golpe que a la pregunta de si había tenido una alforesía, el silencio fue la respuesta. El último ya jovenzuelo refería una sintomatología cuyo diagnóstico pretende establecer con preguntas definitivas: predomina el dolor asiático de la espalda hacia la pierna o la reventina en el caño del orín y no echar ni gota, nuevo e incomprensible silencio. Al final, todos fueron diagnosticados y adecuadamente tratados, pero la conclusión, antes del despertar fue que Xisco Metegol, aún siendo compañero sanitario, me presento una reclamación por no hablarle en lengua castellana, agresión lingüística a un ciudadano de los paisos catalanes, a lo que respondí: que su reclamación iba a ser como lo que cayó en el Conquero y desperté. En definitiva, el supremacismo lingüístico catalanista, se siente ofendido, cuando fuera de su ámbito de influencia, se le paga con la moneda del argot popular.

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