E N esta semana de informaciones ferroviarias, plenos soporíferos, medallas de la provincia y Rocío, mucho Rocío, ha pasado casi desapercibido el estudio que presentó el pasado martes el profesor de la Universidad de Huelva (UHU) Juan Diego Borrero titulado Influencia del entorno institucional en el emprendimiento: estudio de las startup de Huelva y Beja. Detrás de tan largo y académico enunciado, lo que el profesor Borrero ha analizado es cómo prepara nuestra Universidad a los jóvenes de Administración y Dirección de Empresas (ADE) para afrontar el reto empresarial y emprender su aventura vital. El estudio, pertinente sin lugar a dudas, arroja unos resultados demoledores que ponen el dedo en la llaga sobre la situación por la que atraviesa la docta institución y viene a señalar, grosso modo, que sólo una pequeña parte de los egresados confía en lo aprendido en la carrera para desarrollar su carrera profesional. Es más, el profesor incide en que lo que se aprende está enfocado a dirigir empresas más que a crearlas, grave problema en una provincia en la que la tasa de desempleo es la que es. Así de claro.

Pero no hemos de quedarnos en nuestro análisis sólo en el grado de ADE ni mucho menos centrarnos exclusivamente en la Onubense. La verdad es que la Universidad española, toda ella, hace muchísimo tiempo que dejó de estar orientada al mercado laboral y al mundo real y transita en planes de estudio esclerotizados, arcaicos y desfasados que corren tras la realidad incapaces de alcanzarla. Esto que digo aquí -y que seguro que habrá más de uno negando con la cabeza a estas alturas- no es cosecha propia, es que no hay acto en el que se cite a la docta institución en el que no se resalte. Uno, que lleva ya unos cuantos trienios de foros, conferencias y debates, ha escuchado a empresarios, deportistas, catedráticos, políticos, agricultores y todo tipo de trabajadores incidir en esta irrespirable carencia. La globalización, la revolución tecnológica y la crisis han obligado a la sociedad a una modernización a marchas forzadas de la que la Universidad dista de ser partícipe. No hablamos de másteres regalados ni de los controvertidos objetivos de Bolonia, no. Hablamos de planes de estudio, de asignaturas, de enfoques, de docencia y de alumnado.

Pregunte usted a los estudiantes avanzados en su grado o a los que acaban de concluirlo si creen que lo aprendido les va a valer para insertarse en el mundo laboral. Observe que las grandes tecnológicas ya no piden titulaciones para unirse a sus plantillas. Atienda al crecimiento exponencial en la demanda de mano de obra cualificada procedente de la Formación Profesional y, sobre todo, fíjese en el índice de paro de los recién titulados antes de responder a la cuestión. La Universidad necesita una profunda reforma, un replanteamiento de sus formas, de sus enfoques, de sus titulaciones y de su docencia. Necesita acercarse a la sociedad. Necesita ver más allá del laboratorio, la biblioteca o el archivo. Ha de evolucionar y debe hacerlo rápido. De otro modo, la endogamia, la cerrazón y la miopía le cerrarán las puertas del futuro a nuestros jóvenes. Y eso es condenar a un país al fracaso.

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