últimamente se suceden las noticias informando sobre personas que mueren en sus casas, en las que viven solas, sin que nadie las eche de menos. Según los expertos, en España son más de dos millones las que viven en soledad y unas 200.000 las que llegan a pasar un mes sin conversar con nadie, con nadie… Muchas de ellas viven en condiciones infrahumanas y mueren sin dar señales, hasta que reciben las llamadas póstumas reclamando impagos. Se trata, claro, de ancianos o personas de la "tercera edad" o de "edad avanzada" o "mayores"… (Solo el hecho de disponer de tantos eufemismos para calificarlos, ya es señal de que se evita hasta nombrarlos).

En nuestro país, durante todo el siglo XX, el cuidado de los abuelos por su familia ha sido algo habitual. Curiosamente, en la antigüedad, era un privilegio el cumplir muchos años e inmenso el valor concedido a su experiencia. Así continúa en Corea, Japón, India, o en China, que dispone, incluso, de leyes que obligan a cuidarlos. Está claro que Occidente es otra historia y que ese cuidado a los antecesores ha llegado a convertirse en una pesada carga. En España, es posible que sea porque la mujer ("especialista en gerontología" gracias a sus prácticas habituales) se ha incorporado al mundo laboral o bien las crisis económicas que han forzado a hombres y mujeres al pluriempleo cada vez que ha sido posible. Además, esta obsesión, cada vez más extendida, de alcanzar la belleza física y la perfección, unida a esa sobrevaloración de lo inmediato, no casa bien con quitarle tiempo al gimnasio para acompañar al abuelo. Pero no, hay más.

Ni la derecha con su obsesión por la natalidad, ni la izquierda con las ayudas sociales, pueden dar una solución a este problema. Ni siquiera el dinero, ni los voluntarios (benditos sean) a través de sus programas y proyectos comunitarios o sus redes de convivencia o cuando dedican un rato a escuchar al anciano. Ni así se soluciona porque se trata de un problema social, que surge de una sociedad enferma a la que le incomoda encarar este drama y, para evitarlo, opta por desviar la mirada.

Preocupa en nuestro país el "suicidio demográfico", con relación a las consecuencias del descenso de la natalidad. No, las personas que mueren solas no contribuyen a aumentar el porcentaje de "suicidas" por descenso de la población. Su situación no es voluntaria. Son, más bien, víctimas indefensas de un "asesinato demográfico", que se acerca peligrosamente a ser un genocidio.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios