Literatura | Obituario

Francis Vaz: El último disparo de un francotirador

  • El escritor onubense Francis Vaz falleció el viernes a los 56 años por un infarto mientras escribía en su casa

El onubense Francis Vaz, acompañado por el también escritor Miguel Arias en noviembre de 2015 en la presentación de su novela 'Peces de colores'.

El onubense Francis Vaz, acompañado por el también escritor Miguel Arias en noviembre de 2015 en la presentación de su novela 'Peces de colores'. / Canterla

En la tarde del pasado viernes, día 14, fallecía en su casa de Huelva el escritor Francis Vaz. Asaltado en una emboscada fatal, la muerte le sorprendió trabajando en lo que más apreciaba: escribiendo… escribiendo la presentación del próximo evento de la Tertulia Cultural Trastero Dispar-Arte, la última de sus criaturas de agitación cultural. Porque Francis Vaz era muchas cosas: poeta, novelista, agitador cultural… y sobre todo un francotirador. Y utilizo este último sustantivo con plena conciencia, como ya lo hiciera al reseñar en las páginas de este mismo periódico su novela Peces de colores.

Su biografía es conocida: nacido en Huelva en 1962 ha publicado los libros de poesía Palabra y piedra, Artistas por supuesto, Antología de Drink River, La ingeniería de los números primos y Dos, así como las novelas Los crímenes de Niebla y Peces de colores. Ha sido fundador e integrante de tertulias literarias como las del Bar 1900, Madera Húmeda, La Gata Literata y Dispar-Arte, entre otras; y ha sido director y confundador de la revista Tranvía y conductor del programa de radio El jardín de la Memoria, habiendo participado en numerosos encuentros literarios y participando en numerosas antologías, estando adscrito a la corriente denominada poesía de la conciencia.

Conozco a Francis Vaz y su obra desde hace sólo 4 años. Poco tiempo pero el suficiente para poder afimar que el mundo de la cultura de Huelva –sea eso lo que sea– ha perdido no ya sólo a un peso pesado por la calidad de su obra sino a un personaje irrepetible, cargado de lucidez y de independencia y dotado de la necesaria valentía para expresar siempre su personalísimo criterio fundado en millones de lecturas sin reparar en las consecuencias.

Todas las comunidades endogámicas necesitan a alguien como Francis Vaz para sacudirse el polvo del camino bajo el silbido del látigo de un creador y crítico muy alejado de la mansedumbre de los corderos, de alguien con la conciencia tranquila que sabía que nada buscaba ni nada debía y cuya concepción de la literatura y del arte en general se encontraba muy alejada de la visión meramente localista, que en nuestros días se retroalimenta en una digestión pesada que acaba pariendo monstruos, como algunos empiezan a reconocer. Porque para él la literatura debe ser un instrumento emancipador de las conciencias, con un discurso comprometido que responda a un imperativo ético de combate.

Cuando por casualidad se cruzaron nuestros caminos, era fácil coincidir con él, desde una visión escéptica de la especie humana y radicalmente crítica del mundo en el que vivimos, que sólo hay dos formas de redención: el arte y el amor, pero no concebidos desde la asepsia de los “neutrales” –como los llamaría Celaya– sino desde el enfangamiento de ensuciarse las manos para construir y sentir desde el barro la necesidad de mantener la esperanza, de usar dicha necesidad como una prótesis para sobrevivirnos, para plantearnos otro horizonte distinto a la realidad putrefacta y egoísta, caníbal en suma, que nos rodea y evitar de ese modo saltar de un quinto piso o descerrajarnos un tiro en la nuca. Arte, conciencia, ética y combate definen la obra de Francis Vaz y su activismo cultural.

Corazón maltratado

Un manotazo duro, un golpe helado, como escribió Miguel Hernández. A veces la vida complica la línea recta y el último disparo de Francis Vaz fue directo a su corazón maltratado. Deja un vacío en la vida cultural que crecerá conforme pase el tiempo, porque personajes de esta intensidad, tan poliédricos como comprometidos, sobresalen cada muchos años.

Como creador nos queda su obra, que era el primero en autocriticar y poner en cuarentena, aunque haya quien no ha querido ver este detalle y se conforme con llamarle poeta maldito pero necesario. Y como agitador cultural nos quedan sus enseñanzas y sus logros: se empeñó hasta la salud en hacer de la Tertulia Cultural Trastero Dispar-Arte –cuyo logo, confieso ahora, esconde la mirilla de un rifle de larga distancia– un lugar de compromiso con los mejores autores de Huelva y de ámbito nacional, dando cabida a las mejores y más innovadoras corrientes artísticas, siempre bajo la exigencia de la independencia, la calidad y la excelencia.

Como compañero suyo en esa aventura puedo decir que lo consiguió, que logró crear un espacio de “heterodoxia cultural”, como lo definió el poeta Cobos Wilkins, un espacio independiente, autogestionado, alejado de los canales culturales oficiales, plural, participativo y diferente de otros modelos acríticos presentes en la escena cultural onubense desde donde cada lunes se expandía una corriente de aire fresco –y otras veces un calambrazo tan certero como necesario– por toda la ciudad.

Francis Vaz, el francotirador que escribió en uno de sus poemarios que “no hay paz tras la batalla”, tenía razón. Francis, la paz es la batalla y ahora nos toca –a tus compañeros y a esta ciudad– aprender a convivir con el pesado balón del volumen de tu ausencia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios