El Mercado de Abastos y el comercio en Campofrío en el siglo XX según el archivo municipal
Nuevos documentos estudiados por Omar Romero de la Osa explican el dinamismo del pueblo en diversas etapas
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Campofrío/La labor de dar a conocer el patrimonio documental emprendida por el Ayuntamiento de Campofrío continúa con una nueva exposición relativa al desaparecido mercado de abastos que se impulsó a principios del siglo XX. La muestra permanecerá abierta durante todo el mes de junio.
Omar Romero de la Osa Fernández ha realizado un trabajo para describir los textos del archivo que se han sumado al proyecto sobre emprendimientos históricos en la comarca serrana onubense, patrocinado por la Fundación Unicaja y elaborado por la Asociación Cultural Lieva, con la que colabora en historiador y arqueólogo aracenés.
Se parte del último tercio del siglo XIX, donde proliferaron en Andalucía los mercados techados, al suponer la “modernización de las ciudades y núcleos urbanos manifestada en el empleo del hierro, junto con el hormigón los materiales más innovadores del momento”. Todo ello, enmarcado” en las ideas higienistas, la transformación de los núcleos urbanos con ensanches y mejora de calles, la construcción de nuevos equipamientos arquitectónicos según los nuevos parámetros como teatros, estaciones, plazas de toros o mercados”, propio de la formación del Estado liberal.
Nerva, con el proyecto de Moisés Serrano y ejecución de Antonio Cabeza Sánchez en 1909 fruto de la actividad minera y la consecuente explosión demográfica de la zona, y Aracena con el proyecto de Aníbal González de 1915 aprovechando el espacio desamortizado del antiguo convento de El Carmen, ya tenían mercado a comienzos del XX. Campofrío emprendió los trabajos para construir uno en la Plaza de la Constitución, como atestigua el acta plenaria del 27 de julio de 1919, asentada en el folio 44r del segundo libro de actas conservado en la sección de Ayuntamiento Pleno.
El objetivo de estas construcciones era garantizar la venta de productos alimenticios de forma ordenada, segura e higiénica. Así, los nuevos mercados observan una serie de dinámicas comerciales y de sociabilidad.
En el de Campofrío se pensó construir “los puestos que fueren necesarios para instalar en ellas la carne y el pescado”. Aunque no se conocen los detalles del proyecto, debió consistir en “la construcción de habitáculos destinados a la venta de carne y pescado y no de un edificio en sí albergando los diferentes puestos. El lugar escogido era el espacio público abierto y de mayor tamaño, capaz de recepcionar los puestos y a las posibles personas que allí se congregasen”, según Romero de la Osa. Los puestos se concretaron en seis en sesión plenaria del 12 de octubre de 1919, y las obras finalizaron el 28 de diciembre del mismo año.
Los datos disponibles no permiten conocer hasta cuándo estuvo en activo la instalación, pero en sesión plenaria del 15 de abril de 1923 se obliga a los carniceros de la localidad a no vender carne en sus casas hasta que no se haya vendido todo el género en la plaza de abastos. Posteriormente hubo otro mercado en Campofrío, en los 70, donde hoy se ubica el polideportivo municipal.
Esta documentación indica el dinamismo económico y social de la localidad con motivo del movimiento de población que acogió con motivo del trabajo en las minas cercanas. Una población migrante que llegó a Campofrío y que promovió también en otras épocas el aumento del comercio.
De hecho, el anterior documento estudiado y expuesto en este ciclo denominado Documento destacado se refiere a la relación de establecimientos comerciales y de industrias que operaban en Campofrío en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado.
Los documentos pertenecen a la sección de Rentas y exacciones del Archivo Municipal y entroncan con la normativa publicada para sanear las arcas de los ayuntamientos que permitía a los Consistorios emitir ciertas tasas e impuestos.
El control de esa fiscalidad se refleja en tres documentos de 1968, 1970 y 1971 que son de gran utilidad para conocer el pasado campurriano más reciente en este ámbito del tejido productivo y el emprendimiento.
Del examen de los textos se deriva que los titulares de los negocios son familias que su ocupación principal no está en la mina o en la agricultura. Es una treintena de emprendedores dedicados al sector terciario, ajenos, aunque no incompatible, con esas actividades agrícolas o mineras.
Otra peculiaridad observada es que la inmensa mayoría de propietarios de los comercios son hombres, algo “derivado del modelo de familia imperante en el tardofranquismo, con una unidad económica y de solidaridad donde el padre era el cabeza de familia, al cual le debían subordinación y cooperación”, según el historiador aracenés.
En dos de los 31 establecimientos una misma familia acaparaba dos licencias, concretamente Manuel Vázquez Fernández, que detentaba una taberna y una zapatería en el local de la calle Franco número 25; y Bernardino Carnero Brioso, que regentaba una taberna y una tienda en la calle Queipo de Llano número 30.
Sólo se incluyen cinco mujeres que aparecen como propietarias de establecimientos comerciales. Romero opina que “el papel de la mujer en el comercio sin embargo no se queda en la propiedad del establecimiento, sino que favorece un papel fundamental en el devenir comercial ayudando al marido, algo habitual dentro del contexto de unidad familiar y cabeza de familia masculina”.
Las dos pensiones del pueblo eran dirigidas por Antonia Garzón Martín y Elisa Vázquez Martín, en las calles Colón 9 y Calvo Sotelo 7, respectivamente. Dos de ellas regentaban un establecimiento nada usual para la época como un bar, concretamente el café-bar de la calle A. L. Delgado, de Elisa López Fernández, y a la taberna de María Delgado Patricio, sita en la calle Ruiz Páez número 8. Finalmente, Amalia López Martín regentaba un comercio en la calle A. L. Delgado número 42.
Los comerciantes significaban un grupo social independiente de otros dependientes de faenas agrícolas o mineras. Además comportaba una relación de proximidad con el vecino y con el exterior por la gente foránea al pueblo como viajantes o distribuidores de mercancías.
El número de establecimientos de comercio y hostelería que se registran en Campofrío entre 1968 y 1971 son dos pensiones, una panadería, dos zapaterías, ocho bares, ocho establecimientos de comestibles, una carnicería y dos pescaderías. “Sorprende el número alto de comercios que contrasta con la idea de la escasa especialización de la agricultura y la economía de autoabastecimiento de básicos para la subsistencia”, puntualiza el coordinador de la iniciativa.
El ámbito de la industria se reduce a la transformación de los elementos básicos derivados de las actividades en el campo. De esta manera, de la explotación de la dehesa destaca la transformación del corcho con la fábrica de Ignacio Martín López y un almacén de Juan López Charneco; mientras que derivado de los usos ganaderos de la dehesa nos encontramos con el matadero industrial de cerdo de Manuel López Charneco. En cuanto a los artesanos, en Campofrío existía en aquella época una alfarería a nombre de Julián Bermejo Cordón y un taller mecánico de Francisco González López.
Para Romero de la Osa, “esta relación de negocios tiene mucho que ver con la extraordinaria influencia que ejerció en Campofrío la actividad minera de la comarca de Riotinto. La localidad campurriana fue alojamiento y destino de numerosos obreros que se desplazaban diariamente al trabajo minero, lo cual provocó el aumento de numerosos establecimientos y supuso los inicios de cierta modernización y cambios en la economía familiar del pueblo, inserto en los esfuerzos por el Estado franquista de realizar un mercado capitalista concretado en los planes de desarrollo de las décadas de 1960 y 1970 para dejar atrás el periodo de atraso de la autarquía”.
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