El primer recuerdo que tengo de un Mundial es a mi tío cariacontencido alarmado porque Camerún le había ganado a Argentina en el arranque de Italia 90. El 86 siempre fue historia lejana. Los que nos llamamos futboleros podríamos escribir nuestras biografías con saltos de cuatro años. Un Mundial es lo más grande. No hay acontecimiento deportivo de mayor impacto. Ni siquiera lo son los Juegos Olímpicos, de un valor emocional impagable, pero la estrellita es la estrellita.

De aquella Italia tengo más imágenes de cromos que de televisión. Ese álbum de Panini con los estadios plateados que fascinaba. España encabezada por Luis Suárez como siempre tenía una exigencia superior a su nivel. Un leve recuerdo de un partido con Uruguay en el que todo el mundo hablaba de Rubén Sosa y yo deduje que debía ser un fuera de serie. Después de la falta de Yugoslavia en la prórroga de octavos no creo que prestase mucha más atención. Fue el mundial de mi infancia. Creo que todos tenemos uno. Las prioridades eran otras.

USA 94 (así lo llamábamos) fue para los de mi generación el primer Mundial de verdad, el que te marca. Avances en la retransmisión, las camisetas de Adidas, la España de Clemente y una promoción de futbolistas que estuvo más cerca de lo que imaginábamos entonces de hacer algo grande. Ya era adolescente. Me tragaba hasta los calentamientos. Con esa edad devoras los partidos, te sabes los nombres de los árbitros si hace falta. El golazo de Goiko a Alemania, el de Hierro a Suiza o las actuaciones de Caminero... Cómo disfrutamos hasta que Abelardo hincó la rodilla en el quiebro de Baggio. Quizá por la edad es al que más cariño le tengo.

La tragedia de esa misma España se gestó en Francia. El de Zidane ya con 18 fue en realidad el de Caparrós para nosotros. Ese día de la mano floja de Zubi contra Nigeria salimos del pozo de Segunda B. El partido de marras lo vi mientras pintaba una pancarta en una sábana antes de acudir al Colombino. Ya era otra edad.

En adelante la vida adulta te cambia hasta la forma de disfrutar un mundial. Cuando los rememoras ves ese salto de cita en cita. El de Corea y Japón con esos horarios imposibles llegó en edad universitaria. Madrugar o empalmar eran las opciones. No voy a confesar la alternativa que se impuso ni los improperios al árbitro contra Corea.

El de 2006 nos lo saltamos que no perdemos nada. Bastante perdimos allí. La magia de una noche de julio de 2010 quedará siempre grabada en nuestra memoria. Vivirla con la treintena me permitió volver durante horas a la ilusión de USA 94. En adelante, los sinsabores clásicos con equipos que ganaron tanto en la previa que se olvidaron de jugar primero.

Ahora empieza Catar. Es el primero de Diego. Él no lo recordará. Yo tendré que competir con Cleo y Cuquin por la cuota de pantalla. La vida se mide en Mundiales.

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