En su estrategia de la campaña electoral del 23 de julio, los socialistas, que, según todas las encuestas fiables, sus números son dudosos, recurren a maniobras entre desesperadas y de feble entidad. Una de ellas consistía en una denuncia contra tres diarios de gran estimación nacional que en sus encuestas han pronosticado una caída en sus expectativas electorales en esos comicios, reprochándoles diversas vulneraciones y haber “ocultado” de forma consciente cuestiones tan importantes para el resultado como el “domicilio social” de la empresa encuestadora. El PSOE denunció tanto a los periódicos como a las encuestadoras que realizaron los sondeos por vulnerar diversos puntos del artículo 69 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral. Ante tan ridícula denuncia a nadie ha sorprendido que la Junta Electoral la desestimara y archivara, indicando directamente que no cabe recurso, ya que “los requerimientos que hace el artículo de la ley no es a quienes realizan las encuestas sino a quienes las publican o difunden”. Por ello ni siquiera ha habido que dar alegaciones a estos organismos ni ha precisado del examen particular de cada una de ellas.

Ante tanta alharaca insidiosa y en ocasiones altanera e injuriosa se aprecian escandalosos silencios, sospechosos y significativos, cuando son otros los que consideran desde la crítica la situación. Así ha sido ante las declaraciones de Alfonso Guerra, en el acto de presentación del libro de Virgilio Zapatero, “Aquel PSOE: Los sueños de una generación”, aludiendo a los pactos del PSOE con Podemos y Bildu, afirmando que una vez que se aceptan “sin reaccionar” es signo de una “sociedad en decadencia”, añadiendo que si no se respetan las “auctoritas” de las instituciones, la democracia no durará porque “se llegan a situaciones absurdas como que haya actores políticos que pretenden gobernar España, pero no pueden utilizar el nombre de España porque les coloca en el sistema”. En el mismo acto el presidente Felipe González ante la pregunta de si pactaría con Vox o con Bildu, contestó tajante que “no pactaría con ninguno de los dos”, asegurando después que no son iguales “en absoluto”.

También ante estas declaraciones los silencios resultan sepulcrales por parte de los medios afines al gobierno - ¡cuánto paniaguado! - y si otros las publican los acusan inmediatamente de gerontófilos y retrógrados. Los mismos que agitan airadamente los enfrentamientos entre PP y Vox, o los delirios de la candidata Guardiola – no todas son Ayuso -, trampa en la que han caído los dos partidos. Ambos equivocan, dislocan sus discursos y yerran en su estrategia. Cuando sus adversarios manipulan sus espantajos y profieren sus desgastados argumentos condenatorios, envilecidos en sus onanismos ideológicos, asaltados de erráticas sospechas, es absurdo enzarzarse en bizantinas controversias en lugar de perfilar objetivos comunes y definir posiciones que propicien un futuro diferente y más prometedor.

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