El telón del primer acto de las fiestas anuales ha caído. La Nochebuena se va... En el más puro candor familiar y cristiano hemos celebrado ese día grande en que el milagro de la venida de Dios, hecho niño, llegó a nosotros.

La Navidad es una oración sencilla que a todos llega. Unos días que fueron preparación, adviento, para esa noche en que Belén fue cuna del comienzo de la esperanza en la salvación. Unas fechas que se viven entre la nostalgia, el recuerdo y el amor. Pero ya la Nochebuena se fue y también nosotros nos iremos en esa senda de la vida que pasa dejando en nuestros corazones un dulce sabor de fe y devociones, de fiesta y de alegría, de canciones y de música que parece brotadas del más humilde rincón del alma.

¡Qué bello resulta cantar a la Navidad! Si verdaderamente existe poesía para días especiales, yo diría que es esa en que los versos nacieron, como Jesús, en el declinar del año y que por rimas tuvieron la canción que brota en un pesebre en una cueva lejana que marcó mi vida cuando estuve en ella.

Poesía pura que se ha hecho fácil, porque su armonía es sonora y las letrillas expresan sin rodeos la emoción y el sentimiento.

Todavía ayer cantábamos la Navidad, con toda la fuerza de la realidad, como algo que fuera un sin igual compás de la Gloria.

En el aire, el espliego y el romero se fundieron en una bella oración que emanaba de las alturas para todos los hombres de buena voluntad.

El campo, rígido, desnudo de colores, reza en la belleza triste del invierno que acaba de comenzar. Pero el éxtasis pasó y la noche más bella para nuestra alma cristiana también. Me gustaría escribir un libro sobre Navidad. Páginas que intentasen plasmar los momentos de estas horas y días que invaden nuestros corazones.

Versos de ilusiones que nos acerquen a una realidad distinta, palabras para agradecer a Dios la existencia de vivir un año más en tan cercana contemplación.

¡Navidad que se va, por la senda de nuestra vida, sin regreso! Perdón y paz y bien para todos, porque en esta hora no pueden existir rencores, ni odios, ni olvidos.

Cantemos por siempre esa eterna canción de cuna que nuestro corazón hace brotar.

Sigamos gozando, en una palabra, todo aquello que de niño aprendimos a querer y a soñar junto al humilde Nacimiento en cualquier rincón del hogar.

Ayer fue el día de Navidad y Dios volvió a nacer. No le abandonemos entre las solitarias pajas de un pesebre. El sigue aquí y los ángeles pregonan cada hora su llegada.

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