La caída de la hoja que viene con la lluvia.

La caída de la hoja que viene con la lluvia. / Alberto Domínguez (Huelva)

Pues tras unas semanas, uno vuelve de vacaciones a esta ventana de palabras. En la cabeza las estaba la opción de hacer un revoltillo donde mencionar a las campeonas de fútbol, a Carolina Marín, otra vez en una final mundialista que nos tuvo frente al televisor viendo un partido de bádminton, o de las obras que finalizan por las otras que prosiguen en nuestra ciudad, tal vez de las mil notificaciones acumuladas en línea verde, puede que alguna sutil referencia a las formaciones de gobierno, y, por qué no, del inicio liguero del Recre. Pero llegó la lluvia. A mí me pilló de regreso de Madrid, llegando una sorprendente alarma con aviso de alerta a los móviles de quienes estábamos en la estación de trenes. Pobre lluvia, tan denostada. Mientras los científicos de la NASA buscan vestigios de agua más allá de nuestro plantea, como requisito para la vida, aquí la criticamos. Nunca llueve al gusto de todos, dice el refrán. Pero cuando algo no nos deja en paz la cabeza decimos que nos atormenta. Si en la previsión meteorológica el cielo se encapota de nubes negras, da malo. Y si la reiteración negativa prosigue es que llueve sobre mojado.

Y eso sigue así aun en tiempo de sequía. Se nos ha olvidado la magia que supone un grifo. La lluvia nos molesta con urbanidad y alevosía. O eso parece. Nos cambia las convenciones a las que estamos acostumbrados, ese acto social al aire libre que teníamos olvidado. Como en las grandes ocasiones, uno elige su indumentaria para recibir a la lluvia. Se repite esa torpeza a la hora de escoger el calzado. No está a mano en el perchero la prenda que te aísle del clima. Cuando agarras el paraguas plegable, y lo abres, descubres que tenía rota una de sus arterias metálicas. Hacía tanto. Y el paisaje cambia. Rebosan las prisas. Rebosa el ingenio para reconvertir cualquier objeto en un impermeable de cabeza improvisado. Aparece ese deambular esquivo, como si pudieran evitarse las gotas que caen. Al igual que en los viajes de aventura, hay un itinerario para los días lluviosos. La ruta por los soportales. Los quicios. La sabiduría de los árboles frondosos. Y brotan los charcos, esos océanos de la infancia.

Celebremos la lluvia, el agua, lo que nos dio la vida. No huyamos. Aunque no lo parezca, aún quedan días de verano.

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