Las lágrimas de Nadal y ese gesto suyo tomando la mano de un amigo que se despide después de años a su lado se han convertido en icónicas imágenes. En este mundo tan polarizado construido sobre blancos y negros todavía nos sorprende que pueda existir la nobleza en la rivalidad. Somos tan dados a construir historietas sobre némesis impostadas que alimentamos con nuestras propias películas que llama la atención cuando descubrimos que quienes pensamos que odian como nosotros querríamos que lo hicieran no son más que simples mortales, profesionales de una materia determinada que en un momento dado generan sentimientos hacia sus semejantes. Son rivales, no enemigos.

Es posible que nadie pueda admirar más a Federar o a Nadal que ellos mismos entre sí, porque solo dos iguales que saben lo que cuesta llegar y mantenerse a ese nivel durante décadas saben del valor auténtico que tiene el esfuerzo de su compañero. Hasta el archienemigo y diablo habitual del tenis Djokovic estaba allí. Luego puede haber más o menos filiación personal, amistad como es el caso o simple cordialidad, pero hay mucho respeto.

Viendo la repercusión de sus lágrimas y sus gestos estos días recordé un vídeo que circula por la red de Messi y Cristiano de una gala de entrega de premios. Durante años nos hicieron creer que ambos escupían sobre el suelo que el otro pisaba y en sus casas tenían una diana para tirar unos dardos sobre la cara del otro. Cualquiera hubiese puesto la mano en el fuego sin dudar que eso era así. Lejos de todo ello resulta que se admiran, se respetan e incluso el entonces hijo pequeño de Cristiano avergonzado le reconocía a Messi su admiración. Su padre orgulloso le contaba al argentino cómo en su casa se hartaba de ver vídeos de sus goles. La situación no es muy alejada de la política por ejemplo, donde la realidad humana sorprendería a muchos ultras y trolls de tuit fácil. La verdad es que hay representantes con mejor relación en la bancada contraria que en la propia, donde los codazos y puñaladas son más que frecuentes, relaciones personales cruzadas y amistades que no solapan unas siglas porque en el fondo es trabajo.

Y mientras eso sucede con la naturalidad que corresponde todavía seguimos alimentando rivalidades estériles, artificiales y peligrosas desde fuera. Nos pegamos por aquellos que nos han contado que se odian y hacemos nuestro el sentimiento que no profesan. Falta sensatez y frialdad para discernir dónde termina el papel y comienza la vida. O quizá lo que sobre es la sobreactuación que entre todos alimentamos.

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