La huelga de las cosas con patas

"Su primera medida, como acción inmediata, ha sido darnos la espalda. Les vas a hacer una foto y, chas, se ponen de culo"

Las cosas con patas están de huelga. Están hartas, dicen, de que se las trate como a cosas con patas y han decidido pasar a la acción. Se han dado cuenta. Lo saben y nos van a hacer la puñeta, dicen. Nos vamos a enterar, amenazan guiñando un ojo. Su primera medida ha sido darnos la espalda. Eso lo decidieron como acción inmediata. Les vas a hacer una foto y, chas, se ponen de culo para que no podamos presumir de ellos en las redes sociales. Lo próximo, informan algunos esquiroles, será mucho peor. Los agapornis se cagarán sobre tus hombros, los perros roerán las patas de todas tus sillas y mesas hasta hacerlas añicos, los gatos… bueno, ellos dicen que harán lo de siempre: vomitar pelos en tu cama. Están muy cabreados. Todo empezó cuando uno de ellos veía la tele. El telediario daba las estadísticas de abandono animal del año pasado en España. Más de 286.000 fueron arrojados de sus casas, decía el presentador. Echados a carreteras, aceras, polígonos y campos y, claro, no pasa nada porque, al parecer, la ley dice que qué más da, si no sienten nada. Si solo son cosas con patas. Y claro, por ahí no pasan.

"¿Qué hay de nuestros lametones y nuestros bailes de alegría a su alrededor?",inquiere un perrito. "Y qué ocurre con nuestros cabezazos, nuestro ronroneo y nuestras siestas encima de ellos?" -replica un gato. "¿Acaso no nos entristecemos, no nos alegramos, no tenemos miedo?"

Todo eso lo debaten a voz en grito, claro, con enojo y rabia y la certeza de que algunos de ellos, los más afortunados, seguirán felices, queridos y bien cuidados en sus casas, pero otros… Esos acabarán siendo empujados con desprecio cuando busquen una caricia, golpeados hasta que desatender una orden -por ridícula que sea- no sea una opción, atados de por vida al poste de una finca, alimentados de carne podrida. Esos, los que no tengan suerte, un día de estos dejarán de ser un bonito y peludo juguete y serán apeados del coche en una carretera secundaria. Luego correrán detrás hasta que no puedan más en un macabro juego que no comprenden. Buscarán aliento en una sombra y alimento en la basura. Los molerán a palos o patadas o les gritarán con violencia mientras huyen, asustados, buscando aún el rastro de unas familias que hace mucho tiempo dejaron de quererlos y los convirtieron en cosas con patas.

Hablan sobre ello y la mayoría se entristece y se enoja. Otros, sin embargo, sonríen con cinismo y se preguntan cómo es posible que aún no nos hayamos enterado de qué va esto. Cómo puede ser que ni las pandemias, las riadas, los temporales o los volcanes hayan servido aún para que entendamos, nosotros los humanos, que solo somos un ingrediente más en el plato, por muy grandes que nos creamos. Que nuestro complejo de superioridad solo nos hace los más débiles de un planeta que nos empeñamos en maltratar como si no fuera con nosotros. Como si no fuéramos tan animales como ellos. Aunque nos comportemos, nosotros sí, como meras cosas con patas.

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