Los toros en política

Menos mal que a la corrección política rampante no le ha dado todavía por el fútbol

Hace no mucho tiempo, una señora asistía a una corrida de toros desde una balconada de sol en la Maestranza. Aunque no parecía lo que se dice una entendida, por las veces que se dirigía a su desconocido vecino de localidad, aficionado de cuna, y el interés que mostraba en diversos lances de la lidia, tampoco podía decirse que este arte universal le fuese ajeno. Cuando llegó a su casa y vio el periódico encima de la mesa, el aficionado reconoció aquella cara que le sonaba tanto y que hasta entonces no había sabido identificar: era la consejera de Sanidad de la Junta de Andalucía.

Ignoro si María Jesús Montero, hoy vicepresidenta primera del Gobierno y persona de indudable peso en la orgánico del Partido Socialista, sigue mostrando la misma pasión por la fiesta de toros, y ha echado mano aquí también de esa misma vehemencia que le hemos visto estos días atrás cuando se ha enterado de la decisión de su compañero ministro de Cultura de acabar con el Premio Nacional de Tauromaquia que anualmente se venía concediendo. O si por el contrario ha actuado como otro izquierdista reconocido, Antonio R. Torrijos, quien de vuelta a la política lo primero que ha hecho es abjurar de su fe taurina, tras confesar que antes iba a los toros, pero que ya no le gustan. Menos mal que a la corrección política rampante no le ha dado todavía por el fútbol (todo el mundo sabe que don Antonio es sevillista confeso), pues lo único que nos falta es que estos inquisidores posmodernos sancionen como un lujo burgués la asistencia dominical a los estadios.

En realidad, la última decisión antitaurina del ministro, por otra parte esperable dado su desconocimiento y sectarismo, no es sino otra palada más en esa deriva de la izquierda española hacia las posiciones animalistas más primarias que la hacen incompatible con la defensa de la Fiesta. Una posición firmemente mantenida por Podemos desde sus inicios que soterradamente, de manera implícita, ha acabado por aceptar el PSOE de Pedro Sánchez, incapaz siquiera de sostener una postura al menos alineada con la legalidad vigente. Y es una pena, pues la Fiesta como espectáculo esencialmente del pueblo, definitivamente asentada en las clases populares desde hace doscientos años sobre la base del torero como héroe de su tiempo, siempre ha estado por encima de todos los poderes, como no le quepan dudas que seguirá estando pese a tanta iniquidad y cobardía.

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