La lectura del libro La gran mascarada de Jean François Revel fue para mí un golpe de gracia, una caída del caballo, un antes y un después. El tema que abre, cierra y recorre el libro es la vida y obra del socialismo y de su hijo primogénito el comunismo. La gran mascarada es la gran mentira, el timo, el engaño, la seducción y la prostitución sin fin de un sistema político abyecto. Revel es, a estas alturas, demasiado grande como para que le influyan las críticas. Revel es, lisa y llanamente, un gigante del pensamiento europeo del siglo XX. Y a él he vuelto después de ver en televisión la serie sobre la monstruosidad de Chernóbyl. Impactado por los hechos y por las cifras termino la serie y me pregunto por una palabra que pueda definir lo visto y oído. ¿Dolor? ¿Espanto? ¿Terror?, no, la palabra es Mentira. Esta es lo que me viene y me martillea. Todo en la Unión Soviética, desde el principio hasta el fin, fue mentira. Una cósmica y abisal mentira. Una sobrecogedora y criminal mentira. Un paraíso socialista, como fue denominado por ellos mismos y por los podridos palmeros de la intelectualidad occidental, que devino desde el primer instante en una orgía de muerte y calamidad. "Todo en ti fue naufragio", ¿lo recuerdas, Pablo? Todo en ti fue mentira. No en vano dice Revel, y creo yo a pie juntillas, que la mayor fuerza que mueve el mundo es la mentira. Ni la industria armamentística, ni farmacéutica, ni petrolífera, ni pornográfica, la mentira instalada hasta en el sueño es el carburante que hoy mueve el mundo. Y en esto el régimen socialista científico, ¡qué nombre!, de la Unión Soviética se llevó la palma, el santo y la peana. Líder absoluto de la mentira.

Dijo Gorbachov, y dijo bien, que Chernóbil fue el fin de la Unión Soviética. Fue exactamente así. Chernóbil sólo era posible en la Unión Soviética. Tal escalofriante cúmulo de incompetencia, soberbia, estupidez y desprecio por la vida humana sólo era posible allí. Hay un dato que resume vivamente lo ocurrido bajo aquel imperio de terror: dicen los analistas que nunca se sabrá exactamente el número de muertos causados por la explosión de la central nuclear, pero que entre unos y otros especialistas estiman que debe andar entre diez mil y cuarenta mil. El número oficial de muertos del gobierno ruso es de treinta y una personas. Una monstruosa mentira más. Pero no quiero dejar esta columna sin hacer mención de la categoría humana de las personas que en cualquier circunstancia y lugar nos hacen seguir creyendo en la grandeza humana. Hablo de bomberos, mineros y voluntarios que dieron su vida conscientemente para salvar la de millones de semejantes. Hermosa lección también en el infierno.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios