A la gloria

Todo va unido, y si un sábado cofrade se va a unas nupcias, pues qué menos que el postre sean unas torrijas. Yo soy tu padre Antología del martes

Procesión de la escuela infantil Mi pequeño puerto.

Procesión de la escuela infantil Mi pequeño puerto. / Alberto Domínguez (Huelva)

Mis hijos juegan en el pasillo de nuestra casa. Han ocupado el lugar con una procesión improvisada. El hermano aporta el paso de Semana Santa que ha realizado en el colegio, con una Virgen de escayola pintada en tonos azules claros y amarillos, rodeada de pequeñas bolas de papel de colores malva y blanco que por la gracia del imaginario se convierten en flores olorosas. No lleva palio. Lleva unos faldones también azules hechos con fieltro y en cada esquina una vela blanca. Todo ocultando lo que un día fue una caja de fresas. La hermana completa el cortejo con acólitos y penitentes, una pléyade de peluches con capirotes en la cabeza. Conos de tela que se encargaron de recoger el sábado, y que originariamente sirvieron como recipiente de arroz en la puerta de una iglesia para lanzarle a los novios. Pero donde los adultos vimos adornos de boda, ellos vieron capirotes de juego. Y tras vaciarlos al grito de vivan los novios, ellos fueron recolectándolos para que ahora desfilasen sobre partituras aéreas de marchas procesionales. Y es que está en el acervo, en la raíz, en la costumbre después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. En la calle, en lo que se ve, en lo que se oye, en los sabores.

Todo va unido, y si un sábado cofrade se va a unas nupcias, pues qué menos que el postre sean unas torrijas. Porque de las torrijas me gustan hasta sus andares: de leche, de vino, de miel, de azúcar y canela, y hasta me abro a todas las innovaciones culinarias que se puedan ocurrir. Al cielo con ellas. Y es curioso cómo se comparten inquietudes meteorológicas para entrar o salir de una iglesia cuando se trata de ir de blanco o de ruan. La lluvia, tan deseada y necesaria, hace acopio de deseos de cese en estas citas. Las nubes y la incertidumbre. La fiesta y el agua llevan caminos diferentes. De ahí que duelan los instantes únicos deslucidos, porque hay tanta ilusión en los preparativos. Tanta alma puesta en lo figurado, tantas veces revisitado en el subconsciente. Cualquier cirio es luz. Cualquier son musical es color. La espera en una esquina a la contemplación de un barroco esculpido fuera de su tiempo. Le damos la vuelta a todo y el dolor se transforma en dulzura; la sangre y la lágrima en devoción. En alegría. No trato de explicarlo. No trato de entenderlo. Lo disfruto. Es lo que toca. Y si la lluvia cae, la procesión irá por dentro: por el recuerdo, por la sangre, o por los pasillos de casa.

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