El Gran Teatro del mundo vuelve a levantar su telón de fantasías y realidades. Va dar comienzo, en el escenario de la vida, un nuevo acto donde en su título sólo ha cambiado la última cifra. Silencio, comienza la obra. Su nombre es: 2024.
Todo nos parece distinto y, sin embargo, todo continua igual. Una ley que nos hemos hecho los humanos y que viene envuelta en una dimensión a la que llamamos Tiempo.
Estamos en otro año... ¿Uno más o un año menos en el calendario de nuestra existencia?
Entre tanta tragedia de odios, incomprensiones y egoísmos, solemos buscar una disculpa que borre sentimientos y recuerdos negativos, y a la que pondremos calificativos de tradiciones, aniversarios y motivos que despiertan en el corazón nuevas sensaciones de júbilo.
Pasada la Navidad, con la que damos sentido a nuestras creencias y fe, la llegada de Enero nos abre la mente a una de las fantasías más bellas para la infancia: la Ilusión.
Soñar, para un cerebro de niño, es como volar en un éxtasis para uno de adulto. Por unos momentos lo verdadero y lo oculto, la realidad y la ficción, se funden en algo con vida propia.
Cuando nacemos nuestros padres nos ponen en el corazón la semilla de alcanzar lo inimaginable. Y para ayudarnos a crear un mundo feliz, empresa imposible, nos moldean la mente con tres imágenes simbólicas que surgen del misterio de la religión. Tres figuras que en la noche del día 5 de Enero, bajarán de sus tronos reales, después de una larga y dificultosa caminata entre arenales sin horizontes.
Nos dijeron que eran Reyes, y lo creímos porque venían de confines lejanos, desconocidos, donde tenían su poder y sus riquezas para regalarlas especialmente a los niños.
Nos dijeron que eran Magos, y acertaron, porque era difícil comprender su forma de llegar a todos los lugares, en unas horas sin la luz del Sol, sólo con las antorchas brillantes de los ojos infantiles que alumbran su paso por calles y casas, en horas de silencio, para darnos la sorpresa de concedernos lo que habíamos solicitado.
Nos dijeron que eran sabios… Y lo eran, porque a través de los siglos siempre acertaron nuestros deseos y supieron abrirnos el corazón para ser felices en la tierna edad.
Y en esos años primeros, la fantasía, que es una forma de soñar despiertos, fue anidando en lo más íntimo y profundo de nuestra conciencia.
Sí, creer en ese milagro de la noche que abre la Epifanía es un don impagable, como una lluvia de paz y de amor que nos recordará a los mayores que también podemos, aunque tengamos muchos años, hacernos niños por unas horas para compartir alegrías e ilusiones en la más fantástica madrugada esperada.
¡Feliz Año Nuevo y Felices Reyes!
Melchor, Gaspar y Baltasar ya están muy cerca de nosotros, y con ellos doce meses comienzan como un nuevo regalo de vida. ¡Aleluya!
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