Después de hablar en los artículos anteriores de los grandes movimientos migratorios y de la impostergable defensa del medio ambiente, otra circunstancia que va a marcar los años 20 de este siglo es el desarrollo de la computación cuántica, que bien podría poner fin a la Era Digital, testigo de un progreso material sin precedentes desde mediados del siglo XX hasta hoy. Como se sabe, la computación digital tiene como estructura básica una secuencia de bits (acrónimo de binary digit: dígito binario) y multiplica extraordinariamente la capacidad de cálculo de los viejos sistemas analógicos.

Posiblemente hoy nos encontramos en los inicios de una nueva revolución, cuyos antecedentes podemos rastrear en los albores del siglo XX, cuando Max Plank y Albert Einstein dieron forma a la Teoría Cuántica. De ella surge ahora la nueva unidad de computación, el cubit, que amplía exponencialmente las posibilidades del bit, gracias a dos propiedades suyas: la "superposición", por la que una partícula ya no se limita forzosamente a dos posiciones - 0 y 1-, sino que además puede presentarse en cualquiera intermedia, y el "entrelazamiento", que permite la correlación de ambas. Lo cierto es que dos gigantes de la informática, IBM y Google, han iniciado ya una competición en la que las capacidades de los nuevos cerebros electrónicos son asombrosas: puede realizarse en poco más de 3 minutos una tarea matemática para la que un ordenador tradicional requeriría ¡10.000 años!

Este instrumento casi milagroso va a tener su aplicación inmediata en dos de los problemas que ya empiezan a afectar a las personas y a los colectivos. El primero es la gestión de los datos, una "materia prima" tan codiciada al menos por las empresas de hoy como lo han venido siendo ciertos productos de la agricultura o de la minería. El segundo es la Inteligencia Artificial, que está ya cambiando radicalmente los métodos de producción, sustituyendo paulatinamente a la mano de obra y a la propia mente humana. La creciente aceleración de nuestro entorno vital en las últimas décadas quizá la veamos como un apacible paseo frente a la vorágine que nos amenaza. Compensar estas tendencias con el cultivo de la vida interior y la relación personal con nuestros semejantes puede ser el único antídoto posible para este síndrome.

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