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Manuel Enrique Figueroa Clemente

Academia Iberoamericana de la Rábida

El altruismo ¿un rasgo innato en el ser humano?

En la revista Crítica del mes de mayo (Nº 1065) publicamos un artículo denominado El altruismo como camino para el bien común y la fraternidad universal. El altruismo es un fenómeno extendido en la Biosfera. Las especies altruistas son aquellas que tienen organismos que pagan un coste para ayudar a otros. Jean-Jacques Rousseau sostenía que la sociedad corrompe la bondad natural del ser humano.

El sociobiólogo Edward O. Wilson mantiene que el altruismo, es una forma de generosidad sin esperanza de reciprocidad. Para Wilson, posiblemente son los chimpancés los mamíferos más altruistas fuera del ser humano. La intensidad del altruismo podría estar determinada en gran medida por la cultura, es decir por la infraestructura social. La religión contribuye como un aspecto trascendente del ser humano. La inexistencia de la paz continua en la evolución del mundo podría hacer pensar que la especie humana muestra una agresividad innata. Este hecho tiene una explicación materialista basada en los modos de producción que podrían, en su forma más alejada del bien común, suscitar una maldad que podría ser innata pero que solo se manifiesta bajo determinadas condiciones sociales.

De acuerdo con Patrick Kennedy el altruismo se puede definir como una acción costosa de auto-sacrificio en servicio de los otros. Es una forma de ajuste intrusivo que sirve para mantener grupos sociales, una forma de comportamiento innata, que podríamos interpretar como un modo de bondad. Una cuestión planteada recientemente es el mantenimiento del altruismo en medios azarosos, no predecibles, hostiles. Es un problema de coste y beneficio entre socios en un determinado colectivo, determinados actores pagan un coste (individuos altruistas) mientras otros reciben beneficios. Un comportamiento innato hacia el buen común, que la matriz ambiental favorecida por la ambición humana en los que denominamos la Antroposfera, puede torcer. Proteger a los parientes, a los próximos, en un mundo volátil, impredecible y contingente puede impulsar la evolución de la sociabilidad, generando comunidades más integradores y bondadosas en el caso concreto de la especie humana.

El libro El Cerebro Altruista. Porqué somos naturalmente buenos, de Donald W. Pfaff, supone un avance interpretativo muy importante en relación con el altruismo y la bondad innata del ser humano, a través de la selección de parentesco y la selección de grupo como base biológica añadida a aspectos culturales o trascendentes de carácter religioso. El autor plantea que nuestro cerebro está programado para la solidaridad, la capacidad de reparación y la salud mental relacional, con ventajas para el propio individuo y para el grupo. Esta opción, una especie de altruismo grupal podría ser aplicado a nivel vecinal, de barrio, de ciudad y de ahí hacia arriba en la organización social, hasta alcanzar las regiones, el Estado o los grupos de estados, como la Unión Europea o la propia Organización de Naciones Unidas. Nuestra preparación cerebral hacia el bien común y la solidaridad, con comportamiento altruistas a todas las escalas enlaza con la idea de la Fraternidad Universal del Papa Francisco, desarrollada en la Carta Encíclica Fratelli Tutti.

Debería haber un movimiento global que aliente la empatía, con efectos muy claros en la formación de las relaciones humanas en base a la confianza mutua generadora de espacios estables para el bien común. Pierre Teilhard de Chardin, religioso, jesuita, palentólogo y filósofo francés, utilizó el concepto de Noosfera, como conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven. A partir de la tendencia del universo, guiado por la Ley de Complejidad-Conciencia, Teilhard de Chardin vislumbra el Punto Omega de la evolución, al que define como una colectividad armonizada de conciencias en el marco de la Noosfera. De nuevo insistir que los modos de producción torvos y egoístas, la ambición desmedida e insolidaria, una matriz ambiental perversa, puedan desviar nuestra tendencia natural de bondad hacia el mal. Es muy conveniente que la sociedad, y la superestructura que la dirige, debe institucionalizar los comportamientos altruistas de forma que se conviertan en parte esencial del tejido social. Para el autor de El Cerebro Altruista la promoción de comportamientos éticos es una cuestión de salud social y la sociedad debería eliminar los obstáculos al liderazgo de las mujeres. En nuestra especie, los primates en general, las hembras por término medio invierten mucho más capital metabólico y fisiológico que los hombres en la supervivencia de las crías.

Las mujeres, en general más empáticas y altruistas que los hombres, están menos dispuestas a iniciar guerras o materializar políticas violentas o injustas especialmente con los más débiles. Una actitud altruista generalizada es deseable para el mundo actual, con enormes desequilibrios, ya que propiciaría de forma estable el bien común y la deseable fraternidad universal.

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