María Fernández

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Vivir sin relojes ajenos

Todas esas soy yo. La que ha aprendido a marcar su propio reloj y a mirarse en su propio espejo. La que sabe que solo confiando en nuestros tiempos, creyendo en nuestros logros y apostando por ellos, seremos capaces de seguir nadando en este mundo insensato que cada vez premia más lo efímero y lo inmediato.

Hace unos días se hizo viral en redes sociales la carta al director de un lector de El País en el que hablaba de la falta de reconocimiento social después de llevarse 22 años de su vida trabajando. "¿Para qué? ¿Cuál es el propósito de trabajar en una sociedad que no te valora, que no te recompensa, que no cree en ti?", decía. Y agregaba, "no me sorprende que los jóvenes no quieran trabajar por un sueldo rácano. Deberíamos parar de trabajar y luchar por lo que nos pertenece: nuestra vida". Me sentí completamente identificada. Soy periodista, tengo la gran suerte de vivir de mi pasión desde que tenía 23 años. Llevo más de once ejerciendo. He trabajado en radio, en prensa, en televisión, he presentado eventos, he gestionado campañas de publicidad, he pasado por agencias, me he reinventado tantas veces como días hay en el calendario. Y ahora, a mis 34, después de todo lo recorrido y de todo lo trabajado la sociedad me hace sentir en punto muerto. Llega un momento en el que frenas, paras en seco y te das cuenta de que existe un reloj biológico que grita que el tiempo para que seas madre se acaba. Tienes amigas que se compran casas nuevas, hablan "de buscar a la niña" o de ascensos en el trabajo. Pero al mismo tiempo, frente a tu mesa, se sientan compañeras nuevas y más jóvenes con futuros brillantes, como el tuyo, a las que tienes el privilegio de enseñar pero que, ¡Sorpresa! cobran más que tú porque son otros tiempos y porque así lo dice la empresa. Caída al vacío desde un quinto piso, sin amortiguación y en seco. ¡PAM! Eso sientes. El mundo al revés poniéndote una vez más a prueba. ¿Y ahora qué, María? ¿Quién eres? ¿Qué has hecho mal? Todas estas preguntas llegan a tu cabeza. Entonces, cierras los ojos, coges aire y te respondes. No eres tu sueldo a fin de mes, ni la ropa que vistes, ni tu coche, ni la casa que aún no tienes. No eres la persona que creías que serías de niña, ni la hija, ni la esposa, ni la madre que pensabas. En cambio sí eres la que se levantaba de noche mientras el resto descansaba para llegar al trabajo la primera y aprender más, la que a pesar de los golpes sueña con llegar a ser un referente en el periodismo, la que se deja la piel por lo que cree y por quien cree. La que sabe que su camino quizá será más largo, pero tendrá un buen final. La que apuesta por una relación a distancia a pesar de los tiempos. La que asume que la vida a veces no te premia como debería pero confía en que lo imposible solo cuesta un poco más. Todas esas soy yo. La que ha aprendido a marcar su propio reloj y a mirarse en su propio espejo. La que sabe que solo confiando en nuestros tiempos, creyendo en nuestros logros y apostando por ellos, seremos capaces de seguir nadando en este mundo insensato que cada vez premia más lo efímero y lo inmediato.

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