El Recre, el orgullo y el karma

"Tampoco estaría mal que muchas empresas e instituciones se aplicaran el cuento y arrimaran el hombro"

La primera vez que el recreativismo me dejó boquiabierto fue hace mucho. Corría el año 85, poco más o menos, y el que suscribe no tendría ni diez años. Mi padre me llevó a una movida de esas de caravanas de coches, cláxones, banderas y bufandas, carracas y griterío: Reeecre, Reeecre. No habíamos ascendido ni nada de eso. Era algo que se hacía simplemente porque sí. Por ahí andaba yo, subido a un coche que no era el mío, bandera en mano, sacando la cabeza por la ventana abierta, cantando Recre el cojonudo, que era lo que se cantaba por entonces, y partiéndome de risa escuchando las palabrotas y los chascarrillos de los mayores. Ese día, os contaba, fue la primera vez que tuve la certeza de que esto del Recre era algo más grande que el fútbol (que, dicho sea de paso, no me ha gustado nunca). Luego ha habido muchas más, claro, y no me refiero a lo deportivo, que el éxito o el fracaso son efímeros, sino a esa extraña sensación de orgullo, de pertenencia a un colectivo. A una afición que de cuando en cuando se marca un giro de guión apoteósico. Un acontecimiento inesperado (o del que no esperabas tanto) que te hace sonreír y pensar: "Pero.. cómo es posible". Ese tipo de cosas que solo hace la afición del Recre.

El último ejemplo, el domingo. Un partido de Tercera. O de Quinta, que no tengo ni idea -ni yo ni seguramente muchos otros- de en qué división estamos realmente porque tampoco importa demasiado. El domingo, decía: Partido de la divisiónquesea, con colas, calor, pandemia, termómetro y mascarilla. Ni comer pipas se podía, que ya es el colmo de la desgracia para un recreativista. En fin, un día de partido con todo en contra y, zas, te encuentras con casi 9.000 personas dispuestas a sufrir una vez más. A cantar. A aplaudir. A animar de nuevo a unos jugadores que no aparecen en los cromos de Panini ni en el Fifa y a hacerlo por el simple hecho de llevar una camiseta de rayas blancas y azules y un escudo que, aquí, es más que un escudo. Es el emblema de una provincia. La pizca de orgullo que le queda a una tierra castigada. Una herencia que proteger. Un legado único: el honor de ser el Decano. Así que el domingo, esta afición hizo otra de las suyas y se entregó al Recre dejando claras dos cosas: que hay borrón y cuenta nueva y que, pase lo que pase, estará siempre de su lado. Solo deseo que el karma, el destino o lo que quiera que exista, si es que existe, se lo devuelva con un ascenso. Y, ya que hablamos de devolver cosas, tampoco estaría mal que muchas empresas e instituciones de Huelva se aplicaran el cuento y arrimaran un poquito el hombro, que últimamente se están esmerando mucho en eso de dar la espalda cuando pintan bastos. Y cuidado porque el karma, que tiene muy mala leche, a lo mejor un día de estos va y se lo cobra.

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