Llegó la primavera. De nuevo el espíritu se llena de colores, de nueva luz, de flores que sonríen con sus pétalos abiertos, desgranando viejos y jóvenes versos, en un poema que va alegrando los compases de la vida.

Siempre, cada año por estos días, tengo una cita lírica con Moguer. Es como una necesidad llena de nostalgia deseada.

Lentamente cruzo la calle Castillo, paso lleno de intimidad poética por el Diezmo Viejo. Los arcos del Ayuntamiento son como puentes de amistad en el tiempo y llego extasiado a la Plaza de las Monjas. ¡Cuantos recuerdos! ¡Cuantos amigos de ayer que ya hoy nos saludan desde ese cielo azul que pone poesía de eternidad agradecida.

Me detengo, busco a Platero y no lo encuentro. ¿Dónde estará? Es imposible. Platero está siempre presente por todo el pueblo. Su trotecillo es un compás que se deja oír desde la más profunda oscuridad de las viejas bodegas, donde el olor de la esencia almacenada en las barricas centenarias, nos proclaman que el dulce néctar no muere sino que vive y se robustece en el silencio y la quietud de los años.

Paso lenta, melancólicamente ante las puertas de Santa Clara, rodeo el histórico templo camino de San Francisco y todo es un temblor de angélicas plegarias que las clarisas dejaron en el aire moguereño.

Por mis ojos no pasa el tiempo. Todo es bello, armonioso, pausado, poético, lleno de versos que pregonan aires de rimas eternas.

Es primavera en Moguer y un año más mi cita bajo su luz sigue, continua, con el tiempo dentro que describió su hijo más querido.

Sigo buscando a Platero y por fin lo encuentro.

No es real, es solo un éxtasis de una eternidad que se hace presente por las calles cuajadas de sol, prendidas de rejas, llenas de risas infantiles y de geranios en las ventanas.

Platero, mi eterno Platero, está tranquilo bebiendo en el cubo las estrellas, donde el reflejo de la luna le hace cada noche soñar.

Es primavera en Moguer y los ecos de aquellos dioses que cantaban con letras enlazadas de amor, de paz, y de vida, vuelven a mi corazón en un despertar de poemas que impulsados por rimas libres y sonoras, vuelan en la libertad de un tiempo que no muere.

Oigo una campana... ¿o es un campanil..? No lo sé, su eco se perdió con el eco de una cigüeña que merodea sobre la torre.

En el silencio de mi alma vuelan los espíritus de tantos moguereños que nos repartieron la amistad y la admiración de su pueblo.

Por la calle Larga, Platero sigue avanzando lentamente, quizás soñando con Fuentepiña.

Descanso junto a La Parrala. Sí, ella también era de Moguer. Seguro. Tenía alma y voz de poeta.

Cuando regreso, Moguer me dice adiós con un beso de flores. Estamos en primavera.

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