Antonio Carrasco

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Permitido jugar a la pelota

¿En qué momento llegamos a prohibir jugar a los niños? ¿Qué mente perturbada decidió que había algo malo en ello?

La mía era la plazoleta de los Templetes. Los niños de las cuatro calles circundantes teníamos en ella nuestro mundo particular. Los había de todas las edades, agrupados todos ellos de forma natural por afinidades. Muchos compartíamos clase en el Giner de los Ríos, alguno desde prescolar. Había una especie de jerarquía no escrita para el reparto de los espacios. Unos con la pelota, otros con las canicas, el pincho cuando la lluvia lo permitía… Eran plazas de tierra con el hormigón justo. Un pequeño reino infantil donde los niños de mi barrio crecimos. Podías bajar solo porque todos nos conocíamos. Siempre había alguien con quien jugar. Llegar y sumarse al grupo porque siempre había sitio para uno más.

El barrio se articulaba alrededor de sus plazoletas. Los niños de los Templetes veíamos la de Andalucía como una especie de extrarradio lejano, casi exótico donde apenas llegábamos. Era demasiado lejos, no era la nuestra. Y pensar en ir más allá era poco menos que una locura. Nuestro espacio era nuestra plazoleta, alrededor de la cual construíamos toda la vida social.

Eran tiempos en los que solo necesitábamos una pelota. Ni campo ni porterías. Un balón de Reyes o cumpleaños que alguien aportaba como en una especie de comuna de juegos. Las porterías se fijaban por consenso con dos piedras o la chaqueta del chándal. A nadie se le podía ocurrir la peregrina idea de prohibirlo. Hoy es noticia que un ayuntamiento levante la prohibición.

Cádiz decidió hace unos días retirar el veto jugar a la pelota en sus plazas. ¿En qué momento llegamos a eso? ¿Qué mente perturbada podía pensar que esos niños estaban haciendo algo malo? Justifica el consistorio que la iniciativa forma parte de una estrategia de convivencia basada en la potenciación del juego de la infancia en la calle, pero siempre respetando el derecho al descanso del vecindario. Tener que legislar el juego infantil dice muy poco de todos nosotros. De los pasos atrás que fuimos dando como sociedad.

En Huelva todavía nos queda una reserva benjamín en la Plaza de las Monjas y escasos espacios donde aún los niños son niños detrás de una pelota. Pasear por ellos y verlos correr alocados y caóticos detrás de un balón reconforta. Las plazoletas son suyas.

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