Vino calladamente, abrasado del sol, y ávido de ese frescor que las tardes ya anuncian un cambio de estación. Las aves tenían un vuelo distinto, cruzaban el aire en un anuncio esperado, sobre el mar las gaviotas revolotean en giros que buscan nuevas brisas sobre las olas. Septiembre toma la última calle de vida y la luz fuerte del verano se pierde en un infinito sin horizonte, sólo el anillo rojo y candente, del sol busca esconderse en la lejana raya del mar.

El alma se serena en la caricia de un recuerdo que vuelve a nacer en su espíritu, Todo va más lento, más suave, una voz sin eco nos habla calladamente para darnos la noticia que ya vive en nosotros: ha llegado el otoño.

Siempre nos dijeron que el otoño era como ese descanso nostálgico que el pasar de doce meses nos impone en una cuota gris, sin prisas, como una espera de sueños irrealizables.

Septiembre, acabado el estío se nos presenta como un mes con ecos de dudas, de desesperanza, con el color desvaído de una foto antigua que presiente la caída próxima de las hojas y la pálida desnudez de los árboles.

La llegada silenciosa del otoño se nos hace como el eco sordo de un poema romántico. Otoño, soledad de pensamientos, lágrima furtiva que se esconde en una triste sonrisa. Al fondo, las notas de un sonoro piano recrean la música que nace del dios blanco y negro del teclado que va traduciendo los suaves movimientos de las manos del artista.

Y caminando, envuelto en la belleza íntima de mis pensamientos, llego una vez más a la orilla de la playa que aguarda mis devaneos poéticos con las olas, la brisa, la puesta de sol y el deseo de alcanzar ese horizonte lejano que mis manos no alcanzan pero que mis cansados ojos aprisionan por lejano que parezca estar.

El otoño ha llegado, sin tiempos concebidos, sin esa prisa con que hace meses esperábamos la primavera o el verano. Es una estación de año que se asemeja a nuestra propia vida que va pasando entre luces y sombras pero que sabe sentir la felicidad que rompe esas líneas de calor y del frio de nuestro propio ser.

Estoy en la frontera de la arena y el agua: la orilla que une dos mundos opuestos que se complementan. En la distancia veo una ola que se acerca sonriente de espuma y poder por encima de las otras, Cree que va a vencer y cuando lo logra ha llegado al final de su destino. Se apaga. Ya no es nada. Así es el destino de las ilusiones rotas.

Recordé aquel otoño en que tiré una concha peregrina a la mar y esta sin yo esperarlo me devolvió una estrella que finalizaba su camino salado sin tiempos ni distancia. La dejé sobre la arena mojada para que otra ola la devolviera a su cuna. Hoy pienso en ella y la sueño, llena de vida en un fondo azul, rodeada de sirenas y de contrastes marinos…

Son pensamientos que me hacen vivir…es el otoño que ya palpita en el corazón.

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